Kaufmann comparte los honores

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El Liceu se extasía con ‘Andrea Chénier’ en la voz de tres grandes de la ópera

Vertical

Jonas Kaufmann i Sondra Radvanovsky a 'Andrea Chénier' al Gran Teatre del Liceu

GRAN TEATRE DEL LICEU

¡Noche histórica en el Liceu! Jonas Kaufmann estuvo inmenso anoche en el papel de Andrea Chénier, el poeta arrollado por la revolución francesa y en cuya existencia se basa la conocida ópera de Umberto Giordano. El debut español del tenor en ópera escenificada se había hecho esperar, y acaso por eso le supo más a gloria al público del Liceu, que ayer abarrotaba la sala con el frenesí y el semblante con el que se asiste a un verdadero evento: ver actuar al tenor más deseado del mundo. Pero la función acabó siendo una revolución de tres: el propio tenor alemán –que cuenta con más fans (mujeres) que un futbolista en la Champions–, pero también la soprano Sondra Radvanovsky y el barítono Carlos Álvarez, que arrancaron sendas ovaciones en sus respectivas arias. El teatro anoche se hundía.

La interpretación de Kaufmann tuvo algo de clásica, algo de evocación de las grandes figuras de la ópera del siglo pasado. Por la nobleza de su voz... tersa, oscura, viril, cada vez más grande, con sus brillantes agudos. Pero también por su expresividad envolvente. Y, en fin, por la belleza de su rostro... tan acorde con la puesta en escena de David McVicar, realista, clásica.

Lo cierto es que el Liceu necesitaba avivar el fuego y la ecuación no fallaba. Kaufmann + Liceu = mucho más Kaufmann y mucho más Liceu. Se retroalimentan. El tenor se lo jugó todo en su primera aria, el Improvviso, donde presentó unas credenciales que levantaron al público de sus butacas. Y lo que siguió después fue de más a mejor: el barítono malagueño Carlos Álvarez interpretaba al revolucionario Carlo Gérard, el amigo de Robespierre que comienza cantando “T’odio, casa dorata, immagin sei d’un mondo incipriato e vano” pero se arrepentirá demasiado tarde de no haber frenado la escabechina y nada podrá hacer por salvar a Chénier y su amada. Pues bien, Álvarez desató todas las pasiones de los asistentes a su primera gran aria “Come un bel di di maggio. La función se detuvo durante dos minutos de reloj a causa de la imparable ovación, y la petición de bis, que lógicamente no hizo, pues el esfuerzo ya es enorme cantando la pieza una sola vez.

Dicho lo cual –y aun a riesgo de ser malinterpretada a las 24 horas de la huelga feminista del #8M–, la noche se elevó ya hasta el éxtasis con Sondra Radvanovsky, habitual del teatro, y que debutaba en el papel de Maddalena, cosa que hizo con una naturalidad desarmante una vez superado el primer acto, en el que ser reservaba la voz y su papel de jovencita no le correspondía demasiado. La soprano canadiense logró que la damisela Maddalena de Coigny tuviera menos de joven de noble familia enamorada de un poeta que de ciudadana de un París en llamas. Especialmente al llegar su momento: el de la famosa aria “La mama morta”.

A la platea, al teatro en pleno parecía salírsele el corazón por la boca y se dejaba las palmas –más de dos minutos– entre lágrimas de la propia soprano, que se emocionó ante el caluroso aplauso. Extasiado estaba hasta el director musical Pinchas Steinberg, abajo en el foso.

Y no mentimos si decimos que a partir de aquí todo estuvo muy bien, pero en el dúo final en el que tenor y soprano cantan “Vicino a te s’acqueta” el teatro ya no se hundía de la misma forma... En realidad lo que era un misterio era cómo habían logrado llegar a momento tan exigente con fuerzas suficientes, después de haber servido a un Giordano que utiliza constantemente la estructura de aria in crescendo...

Los aplausos finales duraron más de 12 minutos. La gente se resistía a dejar marchar a los artistas. Dicho de otro modo, el rutilante tenor tuvo que compartir en buena medida los laureles con la magnífica diva de voz torrencial y con el barítono español, aclamados por igual.

Hacía tiempo que no se veía en el tan Gran Teatre del Liceu un reparto de nivel tan extraordinario que coincidieran en el escenario para servir un título de exigente verismo. Porque últimamente lo suyo ha sido dejar al público –tanto del primer como del segundo reparto– con las ganas de tener una velada vocalmente redonda y no tan descompensada.

A juzgar por este trío de voces –nacidos entre el 66 y el 69–, la mejor música se sirve rozando los cincuenta. Y también a juzgar por este trío... cabe preguntarse ¿qué sería de una ópera del siglo XIX sin un triángulo amoroso?

“El amor es una invención de los trovadores del siglo XII”, rezaba una pancarta en manos de una joven asfixiada por la densidad de la manifestación del jueves, que dejó sin
aire el paseo de Gràcia.

Una invención de la que también la ópera se sirvió durante siglos... y que por otra parte, tanta belleza inspiró a los compositores. No en vano Jonas Kaufmann se resiste a cantar títulos del siglo XXI.

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