Noche de estreno y despedida de la temporada con una obra clave dentro de la “trilogia popular” de Verdi en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, Il trovatore, una de las páginas más sobresalientes de la historia de la ópera.

La propuesta escénica es de Joan Anton Rechi y en ella se aúna la visión de Francisco de Goya, utilizando sus grabados y estampas, con una escenografía bastante austera. Incluso el genial pintor aparece en la piel del actor Carles Canut, como observador pasivo. Una producción que trata de incidir en el horror de la guerra y la complejidad de los sentimientos que, aunque no resultó brillante, tuvo una buena acogida.

En Il trovatore (1853) con libreto de Cammarano y Bardare, y basado en la novela de Antonio García Gutiérrez, Verdi se acerca ya a la madurez compositiva y ofrece una concepción más compleja y personal, el dominio de la técnica y los recursos se hacen ya patentes desde los primeros compases. Verdi pensó en titular Il trovatore como La zíngara, y es que el papel de Azucena es el eje sobre el que pivota la historia del Conde de Luna y su hermano Manrico, raptado de niño por la gitana. La estadounidense Marianne Cornetti tiene en Azucena uno de sus roles más emblemáticos, y su fuerza interpretativa está fuera de toda duda. En una velada con falta de idiomática verdiana en algunos momentos, desde su primera aparición uno se ve arrastrado y conmovido por la figura de un personaje que ofrece una paleta de matices enorme. La voz de Cornetti poco a poco va perdiendo luminosidad en los agudos, pero mantiene un bello registro medio y unos graves cálidos y con suficiente volumen, además de una dicción perfecta del italiano. Estuvo conmovedora en la interpretación de la tétrica aria “Stride la vampa” y la larga escena que le sigue con el racconto “Condotta ell’era in ceppi”.

Gratísima fue también la presencia de Artur Ruciński, que brindó una soberbia aria como es “Il balen del suo sorriso”, con un dominio excepcional de la dinámica, redondeándolo con una interpretación actoral brillante. La voz del barítono polaco tiende en su color oscuro a la emisión engolada, pero no por ello pierde interés. Se complementa con una técnica de respiración y fraseo envidiable. Habrá que estar atentos a las próximas funciones que se sucederán hasta el próximo día 27 de julio porque seguro que deparará grandes momentos a los amantes verdianos.

Mucho más discreta, a pesar de interpretar al propio trovatore, Manrico, fue la prestación de Marco Berti. De todos es conocida la exigencia del papel, pero se echó de menos una propuesta interpretativa más convincente y al nivel de su “hermano” Ruciński. Con una voz ligeramente estridente en los medios, abusó del volumen en no pocas ocasiones, y hubo fallos de afinación puntuales. Correcto sin más en una aria “….di quella pira” en la que además de poder entonar el do sobreagudo que se canta por “tradición” popular, hace falta mucha más entrega dramática y química con sus compañeros de reparto. El público agradeció el esfuerzo y le ovacionó cumplidamente.

Y es que el mayor escollo en la producción fue la falta de conexión entre Manrico y la Leonora de Kristin Lewis. La joven soprano cumplió sobre todo en páginas tan difíciles como la archiconocida aria “D'amor sull'ali rosee”, en la que mostró unos bellos agudos y buena técnica en los pianissimi, pero faltó, sin embargo, ese punto dramático que es vital en los roles principales verdianos como Leonora, Violetta o Desdémona. Su primera intervención con el aria “Tacea la notte placida” fue titubeante, con falta de articulación en la coloratura y un registro grave algo pobre.

Meritorio el Ferrando del siempre solvente Carlo Colombara, un papel que, si breve, es el que nos pone en situación y siempre es difícil por lo inmediato de su intervención, nada más comenzar la ópera. Así como eficientes las prestaciones de María Miró y Albert Casals como Inés y Ruiz respectivamente.

El coro, que goza de muy buena salud, superó, con algún pequeño desajuste, su rol predominante en toda la ópera, estuvo especialmente acertado el Miserere fuera de escena y el famoso “Vedi le fosque”.

Desde el foso, el maestro Callegari ofreció una versión conservadora y se limitó a hacer un buen cojín sonoro para los cantantes, con una orquesta a buen nivel. Estuvo más pendiente de la concertación que de aportar nuevas miradas en una versión que tendió a tempi rápidos.

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