Les contes d’Hoffmann en Metz

Les contes d’Hoffmann en Metz. Foto: Arnaud Hussenot
Les contes d’Hoffmann en Metz. Foto: Arnaud Hussenot

Siempre que se presenta una nueva producción de esta inacabada ópera de Jacques Offenbach (1819-1880) se tiene la incertidumbre de la forma en que será abordada el aspecto musical. Hay tantas versiones y combinaciones de ellas que bien podría llamarse “los cuentos de nunca acabar”, puesto que no existe ni existirá una versión definitiva. Para esta ocasión, Paul-Émile Fourny optó por una fusión de la edición Alkor y la conocida como edición Choudens, logrando una obra compacta en el tiempo de duración y un formalismo más lógico en la presentación de los cuentos (Olympia – Antonia – Giulietta). El concepto de la propuesta se aparta de la etiqueta fantástica y merodea por senderos de lo cómico y lo humano. Hoffmann, convertido en un remedo de sí mismo, narra sus fracasados amores con tres mujeres. En realidad es un amor a una sola mujer, Stella, que en sus evocaciones adopta tres apariencias. Y el rival es siempre, Lindorf, con sus caracterizaciones siniestras para cada cuento. Fourny deja que éste personaje se transforme de cara al público para afianzar la idea. La cuidad dirección de actores no siempre se reflejó en el coro, un tanto tradicional en sus entradas y disposición en el escenario. La obra, con escenografía única (Poppi Ranchetti) funcional y atractiva visualmente, transcurre y va en crescendo hasta el final del cuento de Giulietta. El vestuario (Giovanna Fiorentini) cumple con creces el reto a la fantasía con Olympia, la tradición con Antonia y la sensualidad en el acto veneciano. Los marcados claroscuros en la iluminación (Patrick Méeüs), engalanaron y sorprendieron por la belleza lograda con tan pocos elementos. El epílogo nos muestra a un derrotado Hoffmann, un borrachín callejero del que unos obreros se burlan tímidamente, siempre salvado por su amigo Nicklause. La propuesta de Fourny es más triste que lúdica. Lo espectacular y ligero se torna serio y denso. Una manera honesta, muy válida e interesante de dar una vuelta de tuerca a la única ópera de Offenbach.

Les contes d’Hoffmann en Metz. Foto: Arnaud Hussenot
Les contes d’Hoffmann en Metz. Foto: Arnaud Hussenot

El equipo de solistas estuvo abanderado por el tenor Jean-Pierre Furlan, un artista en toda regla, que actúa, toca la trompeta, baila y canta con un volumen generoso y valentía en los agudos, algunos de ellos alcanzados de manera poco ortodoxa. Estéticamente idóneo al concepto de la propuesta escénica y cumplidor con la parte vocal. Semejante apreciación con la soprano Norah Amsellem en su interpretación de las cuatro mujeres. Las coloraturas de Olympia estuvieron allí, sin la espectacularidad de una especialista en el tema. Emocionó como Antonia, donde más cómodamente cantó y lució un registro central sin bello y sin fisuras. También cumplió cabalmente como Giulietta, supliendo escénicamente la rotundidad de unos graves que no tiene. El interés radica en ver la transformación escénica y vocal de una misma cantante interpretando la obra en su totalidad, tal como dicen los expertos que era la intención del compositor. Presentar a un cantante para los cuatro personajes malvados es lo común y lo que se aprecia en ellos es la flexibilidad del cantante. En este caso el bajo-barítono Homero Pérez-Miranda sumó mordacidad y un canto expresivo al servicio de cada personaje. Lindorf parecía indulgente con los desvaríos de Hoffmann,  Coppélius un charlatán de libro,  el Dr. Miracle un iluminado histérico,  y Dapertutto un torvo proxeneta, sin que en ellos existiera “el maligno” como parte intrínseca de su ser, gracias a la puesta en escena. La Musa y Nicklause fueron encarnadas por la mezzosoprano búlgara Jordanka Milkova, una voz de terciopelo maravillosamente utilizada, con recursos varios para exprimir vocalmente lo mejor a sus partes en sus intervenciones. Bien cantado y actuado los cuatro personajes de sirviente (Andrès, Cochenille, Frantz, Pittichinaccio) por el tenor Raphaël Brémard, con la comicidad justa al concepto general. Los comprimarios arrimaron el hombro al quinteto principal, descollando vocal y escénicamente el joven barítono argentino Germán Alcántara (Hermann / Schlémil) y las potentes voces del bajo Luc Bertin-Hugault (Crespel) y la mezzosoprano Marie-Émeraude Alcime (la voz de la madre), sin menospreciar las intervenciones del veterano tenor Rodolphe Briand (Spalanzani), Thomas Roediger (Luther) y Éric Mathurin (Nathanaël). La dirección musical de Jacques Mercier fue un firme y atenta a los grandes rasgos, que haciendo sonar con rotundidad y empaste, sacrificando detalles de fineza en varios momentos, a la Orchestre National de Lorraine. Mostró la robustez y el músculo del conjunto, aunque los “tempi” fueron, en general, morosos, poniéndole a los solistas en más dificultades. El coro actuó y cantó con felicidad, mostrando colores varios para sus diferentes intervenciones. En suma, una convincente presentación de Les contes d’Hoffmann en un rincón de Francia, Metz, donde la ópera tiene una saludable vida.

Federico FIGUEROA