Cavalleria rusticana y Pagliacci en Estrasburgo, excelente representación del tándem verista

Cavalleria rusticana y Pagliacci en Estrasburgo,
Cavalleria rusticana y Pagliacci en Estrasburgo,

La Opéra National du Rhin ha cerrado su temporada en junio con una sesión doble: Cavalleria rusticana (1890), de Mascagni, seguida por Pagliacci (1892), compuesta y escrita por Leoncavallo. El tándem ha sido magníficamente presentado en Estrasburgo bajo la batuta de Daniele Callegari y con puesta en escena a cargo de Kristian Frédric.

Ya desde 1893, y gracias a su corta duración, existe una tradición de representar estas obras en una misma representación llamada Cav/Pag. Además de tener en común el haber sido compuestas en la última década del siglo XIX en Italia y de estar ambientadas en pueblos del Mezzogiorno, ambas son un ejemplo representativo del verismo. Esta corriente operística recoge la tradición del naturalismo de Zola para representar historias de la realidad cotidiana, muy alejadas de los temas míticos del romanticismo. Incluso la música deviene más realista, con una lírica más natural y un intento de otorgar a la instrumentación una carga emotiva más allá del canto.

En este caso, Frédric ha decidido dar a su adaptación el sobretítulo de Las Labores del sufrimiento (Les Labours de la souffrance), que hace alusión al ambiente de pobreza y violencia en el que se desarrollan ambas obras. La coherencia de conjunto de esta nueva producción de la OnR va mucho más allá del título. Frédric ha sido capaz de encontrar un hilo conductor entre ambas y presentarnos un espectáculo fresco y ameno marcado por sus referencias cinematográficas y a la historia contemporánea de Italia.

Comencemos hablando de Cavalleria rusticana, que Mascagni compuso apresuradamente para un concurso. El concurso lo ganó y su obra fue todo un éxito, marcando el comienzo del periodo verista. En esta representación, Frédric nos transporta a la Italia de los años 50, a un barrio de aquellos en los que se hacen mayores los mafiosos de Scorsese y Leone. Una baraccopoli de alcohol y peleas. Frédric se inspira precisamente en los decorados de un género a su vez influenciado por Cavalleria rusticana, que aparece en El Padrino III y en Toro salvaje. La escenografía, dirigida por Bruno de Lavenère, está construida en varios niveles y dispuesta alrededor de una estructura central que va girando durante la representación. Es impresionante ver cómo una parte de la escena que es al principio un edificio de una barriada aparece convertida, tras uno de los giros, en la iglesia en la que va a celebrarse la misa de Pascua. Genial también la marioneta gigante de la Virgen dolorosa que cuelgan los devotos vecinos de uno de los balcones, con los brazos listos para recoger al Cristo y un neumático gigante a modo de halo.

En este ambiente encontramos a Turiddu, que canta una alborada a su amada Lola. Ella, cansada de esperar su regreso del ejército, se casó con Alfio, aunque sigue estando enamorada de Turiddu. Santuzza, casada con éste último, revela el affaire amoroso a Alfio, loca de celos. Éste, furioso, reta a un duelo al supuesto adúltero a la salida de la misa de resurrección, a la que había acudido todo el barrio. El tema de los celos, considerado como principal en muchas óperas de ambientación mitológica, muestra aquí su cara más brutal, cuando se presenta dentro del marco de la realidad social. Turiddu no puede salir victorioso. La justicia en su entorno es más extrema que el talión. Frédric decide vestir de capo mafioso de película a Alfio, quien, gracias a su brutalidad, detenta el poder entre sus conciudadanos, temerosos de él y de Dios.

Cavalleria rusticana y Pagliacci en Estrasburgo,
Cavalleria rusticana y Pagliacci en Estrasburgo,

El espectador aún no se ha repuesto del final descarnado de la primera parte cuando ya se está preguntando cómo será Pagliacci, si Frédric y Callegari podrán mantener el nivel de Cavalleria Rusticana. Mayor es su curiosidad cuando se da cuenta de que hay un ruido ambiente como de obra y los acomodadores visten con casco y chaleco reflectante. Y es que hemos dado un salto en el tiempo. Estamos en 1978 y los suburbios de madera han dado paso a los monstruos de cemento y hormigón del desarrollismo. El entorno cambia de aspecto, pero la miseria de las clases obreras sigue siendo la misma. Aldo Moro acaba de ser asesinado por unas Brigadas Rojas que se preocupan más de sembrar el caos y de llenar los muros de pintadas que de las necesidades de los más débiles. El escenario concebido aquí recoge a la perfección este ambiente. Un feo edificio de hormigón de balcones corridos ocupa toda la escena, mientras que el escenario del circo ambulante de los payasos se sitúa delante.

Porque en Pagliacci todo gira en torno al espectáculo y su figura como representación de la vida real. La historia comienza con un grupo de artistas ambulantes de la Commedia dell’Arte que llegan al barrio. Canio, el jefe de la troupe, y Nedda, que hacen de Pagliaccio y Colombina respectivamente, están casados tanto en la vida real como en la ficción. El deforme Tonio, compañero de escenario, está enamorado de Nedda, pero ella lo rechaza sin contemplaciones. Por su parte, Nedda está enamorada de Silvio y planea fugarse con él, abandonando a Canio. Tonio descubre el secreto y, para vengarse, se lo desvela a Canio, que entra en cólera y aprovecha la ficción que se desarrolla durante la representación para amenazar a Nedda y que ésta le desvele el nombre de su amante. Como podemos imaginar, la obra acaba en tragedia. La ficción se disuelve y sólo queda la sangrienta realidad impregnándolo todo. “La commedia è finita!”.

Puede que Cavalleria Rusticana fuese la primera ópera verista, pero Leoncavallo es el verdadero maestro del género. El juego de espejos entre el ficticio mundo de los comediantes y su realidad cotidiana no es más que un reflejo de la relación entre la ópera y el mundo. Ya desde el principio se avisa de que, si bien los protagonistas de las obras de ficción no son reales, lo que se presenta aquí es un verdadero “trozo de vida”. En esta ocasión, el célebre prólogo “Si può?”, grabado en directo y reproyectado sobre una tela semitransparente, es precedido por las declaraciones de algunos políticos sobre el asesinato de Moro, seguido de una escena lésbica entre dos figurantes desnudas. Si bien lo primero juega un papel crucial en la puesta en contexto de la representación, aún me pregunto por el sentido de lo segundo. Poco importa, ya que el resultado del resto es simplemente magnífico. La escenografía está muy bien trabajada en los detalles, como las pintadas y carteles de las Brigadas Rojas, y en la disposición del espacio, alternando el coro entre los amplios balcones del monstruo de hormigón y la parte delantera de la escena. Las escenas de circo están tan bien montadas que constituyen un espectáculo en sí mismo. Su tono de humor y la intervención de los niños, les Petits Chanteurs de Strasbourg, son casi necesarios para digerir el drama que se avecina. Conociendo la pasión por el cine de Kristian Frédric, no sería raro que hubiese revisitado, en busca de inspiración, La carroza de oro, de Jean Renoir, tan parecida en tema y ambientación a Pagliacci. El hilo conductor con Cavalleria Rusticana nos lo revela una Santuzza envejecida en mitad de la representación: Silvio es en realidad hijo de Turiddu, y comparte con su padre no sólo su espíritu romántico sino también su trágico destino.

Para hablar de la música tenemos que considerar ambas óperas en conjunto. Daniele Callegari dirige la orquesta filarmónica de Estrasburgo con encendida pasión y con un gran respeto a la concepción original de Mascagni y Leoncavallo. Se aleja de la escuela que considera las óperas veristas como un simple marco para lucimiento de grandes tenores como Caruso, que se tomaban en ciertos momentos la libertad de no respetar la partitura. La música de estas óperas tiene la suficiente intensidad dramática como para que no sea necesaria una interpretación vocal que enmascare el conjunto. Habla de ella el propio Callegari en el libreto: “cuando la dirijo, lo hago con mi corazón y mi instinto. […] Las óperas veristas se dirigen, se interpretan y se viven con las tripas”.

En cuanto a las voces, el tenor Stefano La Colla está formidable en sus papeles de Turiddu y Canio. Su potente voz se deja entender claramente sobre la orquesta. Sus mejores momentos son también los mejores de estas dos óperas, aquellos que se prestan más al lucimiento del tenor: el jovial brindis de “Viva il vino spumeggiante” en Cavalleria Rusticana, y la amarga aria “Vesti la giubba”, de Pagliacci. En esta última, La Colla, el irascible Canio y Pagliaccio se confunden en una sola persona. El tenor ataca el aria con una convicción que pone los pelos de punta, rica en matices cuando el personaje bascula entre la determinación de continuar representando su papel y la desesperación causada por la infidelidad real. También magnífico el barítono Elia Fabbian, que interpreta a Alfio y a Tonio, con una voz poderosa que se imbrica de forma muy natural con la de La Colla. Destacan también la veterana mezzosoprano Stefania Toczyska, que interpreta a Mamma Lucia, y la soprano Brigitta Kele, que hace de Nedda. Esta última es muy expresiva en su intervención circense como Colombina, y su voz es cristalina y clara. No ocurre lo mismo con la de Géraldine Chauvet, a la que tenemos dificultad en oír, enmascarada por la orquesta y la voz de La Colla, aunque se desenvuelve bien en los momentos en los que canta sola.

En definitiva, Callegari, Frédric y todo el equipo hacen un trabajo formidable en esta revisión del clásico tándem verista, siendo capaces de ampliar el nexo de unión entre las dos obras. Un nexo en gran medida ficticio pero que en Les Labours de la souffrance adquiere la coherencia que necesitaría una gran ópera. Esta excelente representación doble pone el broche final a una temporada de la OnR que ha ido mejorando conforme se sucedían las obras. Broche final necesario no sólo por la llegada de las vacaciones sino también por la mala aclimatación del teatro, que en los días calurosos trae a la mente, entre abaniqueos de libreto, la imagen del Teatro Amazonas. Ahora sólo nos queda esperar a ver los resultados del primer año de Eva Kleinitz al frente de la casa. Hasta la temporada que viene.

Julio Navarro