Adriana Lecouvreur abrió la temporada del Teatro Colón de Buenos Aires

Adriana Lecouvreur. Foto: Máximo Parpagnoli
Adriana Lecouvreur. Foto: Máximo Parpagnoli

La ópera de Francesco Cilea, que con exquisita maestría combina la delicadeza francesa con la pasión itálica, fue el primer título de esta temporada porteña con una producción bella en lo visual y correcta en lo vocal.

Adriana no parece ser un título favorito de los porteños. A su tardío estreno, allá por fines de la década del 40 del pasado siglo, con los míticos María Caniglia y Beniamino Gigli encarnando a los protagonistas, le siguieron apenas unas poquitas producciones más en el Teatro Colón y en otras salas de la Capital. Tal vez por ello su programación resultó una sorpresa sólo entendible, para muchos, por el anuncio de la presencia de Angela Gheorghiu encarnando a la gran actriz francesa… Sin embargo, el telón se levantó en Buenos Aires sin la Gheorghiu, que canceló su presentación en medio de un escandalete cuyas razones aún se discuten, y el Teatro debió rediseñar la asignación de ese rol fundamental en una ópera como esta, tan “de soprano”.

Pero vayamos por partes, amigo lector…

Adriana Lecouvreur es una obra interesante, no una obra maestra, que muestra el talento melódico de Cilea y su capacidad para combinar como decíamos más arriba, la delicadeza francesa (por aquí y por allá hay en la partitura acentos massenetianos) con la pasión italiana del principio del 900.

Ópera que recrea el París rococó desde una música inspirada y líneas de una belleza etérea que saben desbordar sentimientos cuando la acción lo requiere. Un interesante manejo de la orquestación que consigue climas inspirados y un desafiante requerimiento a las voces, la plagan de italianitá.

Tal vez, el libreto de Arturo Colautti no sea todo lo logrado que desearíamos y nos obligue a una credulidad un tanto excesiva, pero aún con ese lunar, la obra se defiende.

Aníbal Lápiz diseñó una puesta en época en la que pudo lucir la exquisitez de sus diseños de vestuario acompañados estupendamente por la bella escenografía de Christian Prego muy bien iluminada por Rubén Conde.

En el manejo escénico, Lápiz siguió fielmente el texto sin demasiadas indagaciones, apoyándose en lo que la propia acción propone desde la palabra. Interesante la falta de rebuscamiento y la naturalidad de la lectura, tendientes a generar un contraste de caracteres entre los personajes sostenido en la música.

Bello el ballet del Tercer Acto, con coreografía de Lidia Segni, aunque la resolución de la escena entre la Princesa y Adriana que se superpone sobre el final de las danzas no nos pareció muy lograda.

Adriana Lecouvreur. Foto: Arnaldo Colombaroli
Adriana Lecouvreur. Foto: Arnaldo Colombaroli

En esta producción alternaron dos elencos y a ambos pudimos apreciar.

Virginia Tola resultó un tanto fría como Adriana. Su voz no parece ser la más adecuada para un rol como este y cierto vibrato deslució su línea. Bella estampa, correcta actuación, pero falta de fuoco en un rol que tiene que convencer y conmover. Su recitado de la escena de Fedra más entonado que recitado nos dejó fríos.

Por su parte Sabrina Cirera hizo gala de italianitá. Su voz de grata morbideza, fue matizada con sentidos pianísimos y conmovió sin ambages desde un cauto inicio a un entregado final. Actuó con convicción y entrega. Le auguramos un promisorio futuro.

El Maurizio de Leonardo Caimi fue una decepción. Su voz despareja, su frialdad, su falta de matices nos hace preguntarnos una vez más por qué se contrata a cantantes de este tipo en nuestro Teatro.

Gustavo López Manzitti, por su parte, compuso un Maurizio entregado, con una voz que sabe enfrentar los agudos sin temor y a la par brinda pianísimos delicados. Bellísimos sus dúos con Adriana y su “L´anima Stanca” que guardaremos por mucho tiempo en la memoria.

La Princesa de Bouillon estuvo muy bien servida tanto por Nadia Krasteva como por Guadalupe Barrientos. Con enfoques menos y más pasionales o extrovertidos, respectivamente, pero con bellas voces, de graves rotundos y un caudal considerable en el caso de la Barrientos. ¡Muy Bien!

Como Michonnet se presentó en Buenos Aires el barítono Alessandro Corbelli. Un cantante al que admiramos en muchas de sus encarnaciones en roles de Rossini, aún de Puccini y también de Michonnet (en la célebre versión del Covent Garden); pero al que los años comienzan a pasarle factura. Su voz se mostró impotente con los pasajes más comprometidos de su parte y, si bien intentó compensar escénicamente sus límites vocales, el resultado fue demasiado agridulce.

Omar Carrión fue, en tanto, un Michonnet muy trabajado desde lo psicológico. No se apoyó en la diferencia de edad sino de temperamento. Este antihéroe, de vuelo bajo y corazón noble, contó con la cuidada línea de canto de un artista que, si no se impone por su caudal, muestra estilo y musicalidad a toda prueba. Su monólogo del primer acto conmovió y convenció a la sala.

El Principe de Bouillon tuvo en Fernando Radó y en Lucas Debevec Mayer dos buenos intérpretes y otro tanto puede decirse de Sergio Spina e Ivan Maier para el Abate, aunque en estos cada intérprete sostuvo su rol privilegiando un medio: Maier, la voz; Spina el carácter, sobre el que indagó superando la bufonería y resaltando el cinismo.

Muy bien por su parte Fernando Grassi, Patricio Olivera, Oriana Favaro y Florencia Machado como los actores compañeros de Adriana en la Comedie, tanto en lo escénico (franca desenvoltura) como en lo vocal (precisión y musicalidad) como se notó en sus intervenciones de conjunto.

El Mtro. Mario Perusso dirigió la orquesta con escuela y solvencia y ésta sonó rica en detalles particularmente con el segundo elenco. Tal vez el único reparo que se podría hacer sería el volumen al que sometió a cantantes que, en todos los casos no tienen el caudal de una Caniglia o un Gigli. El delicado equilibrio que debe resguardar el impacto emotivo de la fuerza orquestal frente o junto a las voces, se perdió aquí y allá lo que terminó en desmedro del tutti. La escuela dramática italiana está en franca retirada de los escenarios y por ello tal vez fuera necesario adaptarnos a los nuevos cánones, con voces más chicas, menos arrolladoras y temperamentales, si aún queremos programar estos títulos sin que el ayer nos pese.

La temporada porteña se ha iniciado… Ahora, a disfrutarla… ¡Esperemos!

Prof. Christian Lauria