El elegante extrañamiento de Rigoletto en el Liceu

Rigoletto en el Liceu ®Antoni Bofill.
Rigoletto en el Liceu ®Antoni Bofill.

Este Rigoletto en el Liceu, coproducido con el Teatro Real sobre el montaje de la Nerlandese Opera, nos propone un intrigante encuentro plástico entre  la vorágine musical de Verdi sobre la historia de Victor Hugo y la concepción escénica de Monique Wagemakers, que gira en torno a una suerte de solemnidad estática, contenida y abstracta.

El estreno de este segundo reparto en un Liceu lleno hasta la bandera entusiasmó a un público entregado a Rigoletto y a su hija Gilda. María José Moreno interpreta con igual gala tanto la faceta ingenua, delicada e impotente de Gilda como la determinada y valiente, sus solos y los duetos con su padre se hacen notar en la caja escénica. Àngel Òdena  sabe extraer la gran riqueza dramática del bufón y recalcar las fuertes contradicciones que tensionan a un personaje tremendo, que debe pasar del donaire socarrón y humillante hacia un aristócrata en la fiesta que abre la obra en el palacio del duque, a la severidad de un padre, también a su ternura, al resentimiento de un donnadie, al desahogo, al miedo a la pérdida de su hija y a la maldición de dicho aristócrata por pasarse de gracioso. Literalmente el Duque de Mantua le  interpela en la fiesta «Siempre llevas la broma demasiado lejos». Antonino Siragusa interpreta un duque más alejado del potente y entusiasmado libertino al que estamos acostumbrados, su personaje canta sin perder la aristocracia pero con menos vehemencia y más protocolo, con una visión más amansada pero coherente que logra para sí un aplaudido inicio del segundo acto.  Precisos los comprimarios y la orquesta.  Regio el sonido del coro masculino de Conxita García, su presencia visual más pasiva  y estática curiosamente tiende a integrarlo como un elemento más de la arquitectura escénica. Pensemos por ejemplo en el gran friso final donde la alineación de rostros da presencia al cielo tempestuoso.

©Michael Levine. Teatro Real.
©Michael Levine. Teatro Real.

La minimalista escenografía de Michael Levine se sirve de una gran plataforma ribeteada con luz fluorescente, que bascula y se eleva respecto al proscenio para adoptar diversas formas conjugadas inteligentemente por la iluminación de Reinier Twebeeke: un cajón hundido donde se celebra la fiesta inicial del Duque con su bufón Rigoletto haciendo equilibrios por los bordes, una enorme mesa con la indiferente corte sentada alrededor del bufón desolado por el rapto de su hija, la cubierta sobre el habitáculo inferior de la posada donde se trama el desenlace de un crimen, o, con una estrecha escalinata encima, el jardín elevado de la casa donde Rigoletto esconde a su hija Gilda. La dramaturgia de Klaus Bertisch se orienta hacia el hieratismo y la letanía en los movimientos grupales, y el vestuario de la tres veces galardonada con el Óscar Sandy Powell remata esa estética aséptica y atemporal de  Wagemakers, quizá con un cierto halo de ciencia-ficción.

La directora plantea una propuesta atrevida por provocar, si me lo permiten, un encuentro disonante entre la actitud musical y la visual, una fricción entre lo sonoramente arrebatador y visualmente sereno, un extrañamiento entre ambas que sin embargo nunca abandona la elegancia ni la belleza.

Félix de la Fuente