Rigoletto o La maledizione, como le hubiera gustado titularla a Giuseppe Verdi, es la segunda ópera más representada en el Gran Teatre del Liceu desde que se estrenara en 1853, y pocas veces la reposición de un título había causado tantas expectativas como el reparto que comprendía el debut del tenor Javier Camarena como Duque de Mantua y la vuelta del malagueño Carlos Álvarez a uno de sus roles más logrados.

La coproducción del Liceu y el Teatro Real de Madrid, dirigida por Monique Wagemakers y dominada escénicamente por una plataforma móvil cuadrilátera, incide en la cruda realidad del drama de los personajes, y más que realzar la típica lucha de clases y el poder corrupto, se centra en las relaciones entre los personajes masculinos y femeninos. La propuesta de Wagemakers, con recursos minimalistas, fruto de la escenografía de Michael Levine, véase, el jubón donde duerme el Duque o el perímetro iluminado que marca la frontera del Palacio Ducal, consigue alejar de cualquier artificio y sesgo cortesano a la dramaturgia. Muy acertada la resolución, por ejemplo, del cuarteto del acto III en la fonda de Maddalena, con unos cantantes a dos alturas, facilitando la audición del conjunto y su situación en la trama.

Javier Camarena es una estrella de la lírica que ha venido para quedarse. Su debut como Duca de Mantova fue, en líneas generales, brillante, con las contenciones típicas del enfrentarse a uno de los papeles más relevantes de la ópera, estuvo impoluto en cuanto a técnica y proyección, con una voz preciosa en el registro medio y muy solvente en los agudos. Su aria "Questa o quella", peligrosa por lo cercana al inicio de la obra, fue toda una declaración de intenciones y calmó las ansias de un público ávido de un Duca de entidad. El sonar del ritmo ternario de "La donna é mobile" pone en alerta a cualquier melómano y Camarena templó y supo llevar a buen término otra de las arias más 'peligrosas' del repertorio verdiano. Seguro que con el paso de las funciones ganará en química con sus partenaires y su interpretación actoral.

Carlos Álvarez es por derecho, y con el permiso de Leo Nucci "El Rigoletto" de lo que llevamos de siglo XXI en el Liceu. Después de superar graves problemas vocales y en plena re-proyección de su carrera, el barítono volvió a ganarse los bravi del coliseo de la Rambla. Álvarez es poseedor de una voz de tintes líricos, con unos bajos bien fomentados y una dicción formidable. Pero su encanto reside en la igualdad de todo su registro, no perdiendo ápice de peso en los agudos, y sabiendo salir entre la masa orquestal, tan traicionera en muchos momentos de la obra de Verdi. Su dueto con Rancatore en el acto I "Veglia o donna", fue de los momentos de mayor conexión de la velada, junto con la celebérrima aria "lará, lará…" del acto II o el desgarrador dúo final con Gilda en sus brazos. El público ovacionó largamente su vuelta y su entrega.

Algo más fría estuvo la Gilda de Désirée Rancatore, y es que no es tarea fácil destacar ante personajes tan potentes como los del bufón y el libertino duque mantovés. Su Gilda fue un tanto gélida, y aunque lució pianissimi cristalinos, no acabó de sentirse cómoda con un papel que requiere un poco más de vis lírica que de soprano ligera. Si bien es cierto que Gilda es un personaje de dieciséis años, no es menos cierto que es quien por amor decide, desobedeciendo a su padre, entregar su vida al sicario Sparafucile. Brilló sin embargo en la fomosa aria "Gaultier Maldé..." que de forma "belcantista" le viene como anillo al dedo. Menos convincente estuvo en "Tutte le feste al tempio", donde no dejó notas del paso de la hija a la amante del Duca.

Grande la interpretación de Ante Jerkunica como Sparafucile, con una voz amplia y de ecos cavernosos que tanto acentúan la maldad, pero al mismo tiempo el "compromiso" con su trabajo del sicario. No estuvo a la misma altura la Maddalena de Ketevan Kemoklidze que tal vez contagiada por un Camarena un tanto frío, no brilló en su cuarteto.

La dirección de Riccardo Frizza, llena de oficio por otro lado, fue en demasía explícita, sin ahondar en las sutilezas que impregnan la obra. Con algunos fallos de concertación, sobre todo en el primer acto, y "attacando" los números musicales con una sensación de premura que no siempre benefició a la acción. Una versión idiomática que, por otra parte, no perjudicó el éxito de la función. La orquesta respondió a buen nivel, así como los hombres del Coro del teatro.

Un Rigoletto más que notable que supone la "alternativa" de Camarena y la "confirmación" de Álvarez en Barcelona.

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