Porgy and Bess en Buenos Aires: lo mejor de la temporada

Porgy and Bess en Buenos Aires
Porgy and Bess en Buenos Aires. Foto: Prensa Teatro Colón /Arnaldo Colombaroli

Porgy and Bess, la bella obra de Gershwin, fue de lo mejor que presentó el Teatro Colón en una temporada deslucida.

Lo confesamos: Porgy and Bess nos encanta. Gershwin logró en esta pieza el sutil equilibrio necesario para elevar la música popular a las alturas académicas sin que por ello pierda un ápice de su autenticidad y frescura. Los personajes resultan verosímiles y la historia, más allá de su obvio ropaje costumbrista, refiere a problemas comunes al hombre de hoy más allá de su geografía o su color de piel.

La música que el compositor creó para este argumento resume mucho de lo mejor de su estilo y muestra el crecimiento artístico alcanzado por Gershwin desde su célebre Rapsodia in blue, sobre todo en el ámbito de la orquestación.

Lo local, lo anecdótico, tanto musical como argumentalmente, es marco y también contenido de la obra, aunque permitiéndole respirar reflexiones que exceden lo puramente folk y, tal vez por ello, la historia de este mendigo lisiado sigue cautivándonos humanamente.

Para su último título de la temporada 2016 (una temporada escueta y de calidad muy irregular) el Teatro Colón nos reservó esta gratísima sorpresa, presentando la producción de Porgy and Bess hecha por la Ópera de Ciudad del Cabo (Sudáfrica) incluyendo a los protagonistas, el coro y su escenografía y vestuario.

Foto: Prensa Teatro Colón/ Máximo Parpagnoli
Foto: Prensa Teatro Colón/ Máximo Parpagnoli

La puesta de Christine Crouse resultó inspirada.

Acción; claras marcaciones por las que cada personaje quedó claramente definido; precisos movimientos escénicos tanto de los protagonistas como de las masas – que por momentos devienen en verdaderas coreografías-

La directora supo hacer valer este argumento siendo fiel a un texto que es expresivo y claro de por sí, absteniéndose de “interpretaciones” que pretenden “mejorar” la obra de los creadores desde la “genialidad” del puestista. El público agradecido.

Una escenografía bella y funcional (tal vez menos efectiva en la escena de Kittiwah) y un interesante y realista vestuario (la acción está desplazada a la actualidad) firmados por Mitchael Mitchell, se conjugaron para favorecer los movimientos de los intérpretes.

En el plano interpretativo – tanto actoral como musicalmente- disfrutamos de un auténtico trabajo de equipo en el que desde el primero hasta el último de los artistas en el escenario mostró convicción y compromiso.

Por sobre todos se destacó Xolela Sixaba quien compuso un Porgy de fuste, que recordaremos por mucho tiempo.

Bella voz de barítono oscuro, con buen caudal y un fiato estimable. Absoluta compenetración escénica con el rol. Brillo y cautivó a un público que retribuyó su labor con cerradas ovaciones.

Muy eficaz Lukhanyo Moyake como Sportin´life. Descarado y seductor, con su pizca incisiva de malicia que lo vuelven tan seductor como el demonio. Cantó con gracia y actuó con convicción.

Nonhalanta Yende compuso una buena Bess y Goitsemang Lehobye una contundente Serena que supo lucir sus valores en la escena del velorio de Robbins.

Los restantes intérpretes y el coro cumplieron una enjundiosa labor.

La Orquesta Estable – además de algunos desajustes puntuales en los vientos – no logró la soltura y gracia –el swing- que se esperaría en determinados momentos tal vez debido a que la batuta de Tim Murray no logró desvelarles los riquísimos planos sonoros y matices que entraña la partitura. Más allá de los reparos, un trabajo prolijo.

La cálida noche de diciembre nos recibió felices de haber vuelto a encontrar en el escenario del Colón un espectáculo digno de su historia y calidad y esperanzados de que la ambiciosa temporada anunciada para 2017 nos depare nuevas razones para aplaudir con ganas.

Prof. Christian Lauria