Ópera hasta desfallecer con Evelyn Herzlitzius en la excepcional Elektra del Liceu

Elelyn Herzlitzius como Elektra. Fotograma del DVD oficial.
Elelyn Herzlitzius como Elektra. Fotograma del DVD oficial.

Si tienen ocasión, no se pierdan esta excepcional Elektra del Liceu. El montaje que nos propone Patrice Chéreau está lleno de hallazgos dramatúrgicos que se traban en la fábrica del texto y la música, reforzando la solidez propia de la obra pero también planteando enfoques y situaciones que humanizan, recrudecen y en alguna ocasión llegan a dar todo un vuelco al libreto.

Anteceden al inicio de la partitura dos minutos mudos, ocupados por los quehaceres de las sirvientas en el patio del palacio de Micenas donde transcurrirán las casi dos horas del único acto de esta ópera. Elektra siempre en escena, habitando la intemperie de una casa a la que rehúsa desde el asesinato de su padre Agamenón por orden de su madre Klytämnestra y el amante de ésta, Aegisto. La Elektra de Evelyn Herzlitzius es apabullante, desoladora, cruda, encantadora, brutal, su interpretación y su canto son hermosos y evocadores hasta el punto de dejar al público tan pletórico y desfallecido como su propio personaje.

Gran papel de Bonita Hymman, Roberta Alexander, Renate Behle y el resto de sirvientas que abren la obra, cuchicheando resentidas cómo Elektra les había gritado «perras, no, ningún perro se degradaría al estado al que os han entrenado», el perro, la lealtad, el reproche de confundir lealtad con sumisión. Hay que decir que son las únicas capaces de romperla con una verdad: «tú también comes», «nutro a un cuervo en mi interior», «por eso buscas el olor a carroña de un cadáver», la necesidad carnal de su padre.

Adrianne Pieczonka hace una interpretación encomiable de la emoción, la reticencia y la dignidad de su hermana Chrysothemis, y sus escenas con Elektra entreveran instantes de verdadera tensión y erotismo. Un dúo magistral. Ambas comparten la esperanza de lo que es justo para una misma canalizado a través de un hombre: en Elektra es el ejecutor de los asesinos de Agamenón que ve en su hermano Orestes, y en Crhysothemis es quien engendrará a sus hijos; el hombre pues como un artífice que dará muerte o vida respectivamente.

El patio del palacio de Micenas de Richard Peduzzi © MET opera, y ambas hermanas © Antoni Bofill.
El patio del palacio de Micenas de Richard Peduzzi © MET opera, y ambas hermanas © Antoni Bofill.

El director ha concebido una interesante versión de Klytämnestra desde la literalidad del libreto, que priva de explicación el asesinato de su marido y donde, de hecho, ella ni siquiera pronuncia el nombre de Agamenón una sola vez. Surge así un personaje cuyas razones no somos capaces de juzgar y que vamos intuyendo por lo sucedido en escena. Aunque con un vigor vocal más moderado, Waltraud Meier compensa con creces en una interpretación sublime de un personaje extrañamente humano, entendible, que comparte con su hija una ternura y una dureza, una ausencia que las atormenta y las vacía pero que también les da sentido, un poder y una impotencia que en Klytämnestra son su dominio del palacio contra su invalidez ante Orestes en sus pesadillas, y que el director desdobla en Elektra abalanzándola con el puño en alto hacia su madre para detenerse paralizada, desvalida, incapaz… dependiente de la vuelta de su hermano, del que instantes después se recibe el falso mensaje de que ha muerto. Se endurece así la transición psicológica del personaje al decidir, no ya tocar, sino tener que asesinar ella misma a Klitämnestra y a Aegisto.

Pero Orestes aparece, Alan Held llena completamente la escena con la entereza y la ternura al reconocer a su hermana, y se adentra en el palacio para acometer la venganza junto a su preceptor, admirablemente interpretado a sus 92 años por Franz Mazura, a quien el director encomienda el protagonismo de la muerte del Aegisto bien perfilado por Thomas Randle.

Orestes y su preceptor cumplen el papel definitivo que les asigna el libreto pero que en este montaje resulta intrigantemente equívoco en sus intenciones desde el principio, cuando son testigos de escenas previas a la aparición canónica de sus personajes, hasta la su impenetrable y ambiguo paseo para salir de escena en el abrupto cénit de la obra… una sugerente contribución de Chéreau a la obra de Strauss y von Hoffmanssthal.

Mención especial a la orquesta del maestro Josep Pons, que hace del foso un cuerpo más de la ópera y arma momentos pletóricos como el enérgico interludio entre la primera escena Crhysothemis y la aparición de Klitämnestra. Ante la Elektra final de la obra, sentada con la mirada diluida en el patio de butacas uno no puede evitar rememorar con una sonrisa culpable las palabras de su madre, vueltas en su momento contra Klitämnestra: «los demonios nos dejan en paz en el instante en que fluye la sangre adecuada». Quizá en esa mirada esté la paz desfallecida de reconocer el propio espíritu como uno de esos demonios.

Félix de la Fuente