Anna Bolena, la reina de la Maestranza

Anna Bolena, la reina de la Maestranza
Anna Bolena, la reina de la Maestranza

El Teatro de la Maestranza, en colaboración con la Arena de Verona, puso en escena una reposición de Anna Bolena, una de las óperas de Gaetano Donizetti más abrumadoramente bellas y que no siempre ha tenido la difusión que se merece. Para la puesta en escena, dirigida por Graham Vick, contó con un elenco de sobrada solvencia que recreó con altas cotas de calidad una de las páginas más destacadas del belcanto decimonónico.

La figura de Anna Bolena es sobradamente conocida por todos como personaje destacado de la historia de Inglaterra junto a su esposo, el rey Enrique VIII. En su ópera Gaetano Donizetti se acerca a ella como mujer amante y amada, y la presenta como una víctima de los devaneos amorosos de un rey cuya voluptuosidad condenó a un fatal destino a todas las mujeres con las que compartió su vida. La trama, para lo que contó con la hábil pluma del libretista Felice Romani, se centra en los últimos días de su reinado, en los que una joven Giovanna Seymour ha reemplazado a la reina como objeto de deseo de Enrico, el cual urde un ardid para justificar la anulación de su matrimonio y posterior condena a muerte de Anna.

La partitura escrita por Donizetti para su tragedia lírica centra la carga dramática en el trío amoroso formado por Anna, Enrico y Giovanna, tejiendo hábilmente una urdimbre de sentimientos y emociones que le son útiles para escribir algunas de las arias más bellas de su literatura. Su representación requiere un elenco de voces poderosas, capaces de cumplir con las exigencias vocales de la obra en materia de fiato y coloratura, especialmente en los roles femeninos. Sin lugar a dudas, hay que destacar en este sentido el colosal trabajo de la soprano Angela Meade, verdadera reina de la escena, que en numerosas ocasiones sorprendió por su timbre limpio y poderoso, su perfecta afinación y dicción, y su capacidad torácica capaz de mantener largas frases llenas de coloraturas y agudos casi imposibles. Desde la inicial romanza “Come, innocente giovine” hasta el aria final “Al dolce guidami”, Angela Meade resultó perfecta en una interpretación poderosa y llena de sutiles matices que evidencia la ductilidad de su voz y su buen gusto y musicalidad.

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Es difícil compartir escena con una voz como la de Angela Meade, en un rol tan carismático y exuberante como el de Anna Bolena, pero hay que situar en igualdad de condiciones la belleza y agilidad de la mezzosoprano Ketevan Kemoklidze, quien como Giovanna Seymour ofreció la justa réplica a la reina construyendo un papel de gran veracidad y carga expresiva. La diatriba moral de la dama de la reina y nueva favorita del Rey, que se debate entre la pasión por el monarca y la devoción que debe a su señora, fue fielmente representada por la cantante, quien a menudo compartió escena con Angela Meade. Tal es el caso del dúo “Sul suo capo aggravi un Dio” que culmina la tercera escena del segundo acto, una de los mejores del repertorio de Donizetti y momento estelar para ambas cantantes en la noche sevillana.

El triángulo amoroso se completaba con un Enrico VIII al que el compositor encomienda un papel más serio, con algunos momentos de bravura y numerosos parlamentos. El bajo Simón Orfila fue el encargado de defender este reto frente a sendas cantantes femeninas con solvencia y presencia escénica.

Entre los papeles complementarios, hay que destacar al amante y víctima propiciatoria Lord Riccardo Percy; el tenor Ismael Jordi realizó un buen papel en este rol, con ligereza y presencia en el aria “Da quel dí” y en el dúo “Si, son io che a te ritorno” del acto primero. Más discretos en lo actoral pero igualmente oportunos estuvieron Stefano Palatchi como Lord Rochefort y Manuel de Diego en el papel de Sir Hervey. Mención especial merece la mezzosoprano Alexandra Rivas como el músico y paje Smeton en la canción “Deh, non voler costringere”.

En lo escénico la realización de Paul Brown resultó de lo más icónica. Las escenas se perfilaban a ojos del espectador como espléndidos escaparates, a modo de escenas históricas, en los que los personajes cobraban vida. Un vestuario de rica factura y bien documentado recreó fielmente la época Tudor, con espléndidas telas que brillaban en la escena y resaltaban la magnificencia de los personajes. El uso de plataformas móviles y paramentos verticales dinámicos agilizaban los numerosos cambios escénicos y la incorporación de los personajes de la trama, a veces escondidos, otras apareciendo súbitamente. Fueron especialmente llamativos algunos elementos de atrezzo cargados de significado, tales como el lecho vacío de la primera escena, los regios caballos de la cacería o la espada justiciera en el segundo acto. El uso de la nieve coloreó en varias ocasiones la atmósfera de la escena con sutiles toques psicológicos en función del color de los copos, y la precisa iluminación dirigida a personajes y objetos guiaba discretamente la atención del espectador.

Completando el magnífico trabajo escénico de los solistas hay que mencionar las numerosas intervenciones del coro como personajes colectivos (damas, caballeros, pares del reino, etc.), complemento musical muy oportuno y preciso, preparado por Íñigo Sampil al frente del Coro del Teatro de la Maestranza. Por último, el magnífico trabajo de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el foso, dirigida por Maurizio Benini, puso el complemento musical idóneo para el desarrollo de la trama, con preciosos pasajes instrumentales de transición entre escenas y con un papel decisivo en el subrayado y enmarque de la acción actoral.

Gonzalo Roldán Herencia