TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

Crítica de Ópera

Amor y pasión en la voz

Una imagen de la representación.

Una imagen de la representación. / Antonio Pizarro

Se vuelve a comprobar, una vez más, que confiar en el bel canto es una apuesta sobre seguro para el Maestranza. Siempre que se cuente con los elementos artísticos precisos, este tipo de óperas tan criticado por los defensores de la modernidad consigue lo que otras muchas no pueden: conmover, emocionar, vibrar de entusiasmo, asombrarse ante el milagro de la voz cantada.

Todo ello sucedió anoche en el interior del Maestranza, como más de siglo y medio sucediese en Sevilla en el Teatro Principal o en el San Fernando, que vivieron sus mejores noches en las décadas dominadas por la música de Rossini, Bellini y Donizetti. Y ello fue posible gracias a haber sabido conjugar a algunos de los mejores artistas especializados en este repertorio tan exigente en lo técnico como en lo expresivo. Por encima de todos, la descomunal actuación de Angela Meade, sin duda una de las máximas especialistas mundiales en este estilo. Voz de amplios medios y de una canónica emisión y proyección, con notable homogeneidad tímbrica en todo el espectro, la americana controla al detalle todos los recursos técnicos que permiten cimentar una interpretación magistral. Domina de manera absoluta los reguladores tan necesarios para perfilar el fraseo, con filados de gran sensibilidad combinados con saltos al agudo limpios y precisos de resultado impactante. Y su fraseo detallista, atento a cada acento, le llevó a cerrar la noche con una impresionante escena final llena de recovecos expresivos y de audacias técnicas que elevó al máximo la temperatura anímica del teatro.

Como Giovanna tuvimos a una Kemoklidze de bello timbre tornasolado, de muy sólida técnica y de una gran carga emotiva en el fraseo. Sólo en el duetto con Anna se perdió algo su voz en las franjas más graves. A pesar de la continua oscilación de su voz (algo más atenuada en el segundo acto), Orfila defendió con brillantez y con una buena linea de canto una complicada partitura que le obliga a manejar la coloratura en combinación con el dramatismo de su personaje. Ismael Jordi no pareció cómodo en su primera intervención, pero de ahí en adelante fue ganando en quilates su actuación merced a la pasión puesta en su expresión y al control de la voz mediante reguladores y medias voces. Su escena con Meade fue uno de los instantes mágicos de la noche. Correcta, aunque de emisión claramente trasera, Rivas; tremolante y hueco Palatchi y bien entonado De Diego.

Benini fue el otro puntal de la noche. Su dirección llena de ritmo y su manera de acompañar respirando con los cantantes sostuvieron una dirección perfecta y una versión transparente. Correcto y algo constreñido el coro por una puesta en escena interesante y simbólica, con buena iluminación y un vestuario de gran riqueza en texturas y colorido.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios