Sevilla

ÓPERA

Esplendente portamento

Una escena de la representación de Anna Bolena, en el Teatro de la Maestranza de Sevilla.

El arte operístico de Gaetano Donizetti habitó el escenario del teatro maestrante hispalense con una producción de su ópera Anna Bolena, proveniente del Teatro Filarmónico y Fundación Arena de Verona, de excelente puesta en escena a cargo del experimentado escenógrafo británico Graham Vick, que ha transformado mínimamente los postulados del exitoso montaje pensado para este drama lírico por Stefano Trespidi. Esta positiva sensación plástica se iba a constituir en una predisposición esencial para que el espectador se centrara en el argumento, favoreciendo que éste pudiera orientar su atención a otras sustancias de este espectáculo que, desde el punto de vista canoro, han sido variadas y, en el caso de las cantantes femeninas, de absoluta relevancia.

Desde el punto de vista musical, dos han sido los factores que han hecho que esta representación haya tenido intervenciones de verdadera excelencia como han sido, por un lado, la asombrosa voz de la protagonista, encarnada por la soprano norteamericana Angela Meade que, sin duda, tiene todas las características vocales ideales para la especiales exigencias a las que Donizetti sometía sus prime donne, de las que pedía extrema capacidad de afinación, colocación y contención dinámica en los pasajes de mezza voce, a la vez que suma agilidad en el portamento, esa dificilísima doble facultad de reducir la emisión vocal al más extremo pianísimo para luego, deslizándola entre tonos, lanzarla poderosamente a una intensidad inimaginable para el oyente. En este sentido, Angela Meade es todo un portento, como demostró en la sobrecogedora escena final.

Por otro lado, la maestría desplegada en el foso por el director Mauricio Benini, pleno de facultades técnicas y sabio en entendimiento al haber materializado los elementos musicales sustanciales de esta ópera, poniendo el acento constantemente en cómo Donizetti alcanza en Anna Bolena su más rica personalidad creativa anticipando el estilo del gran drama lírico romántico italiano que en Verdi tendría su figura más preclara, sin olvidarse en momento alguno de su pura naturaleza belcantista, fruto de una precisa dirección de voces.

Angela Meade tuvo adecuado parangón en la cantante Ketevan Kemoklidze haciendo de Juana Seymour, protagonizando entre ellas uno de los momentos culminantes de esta obra como es el largo dúo que abre la tercera escena del segundo acto que se inicia con la afirmación de la protagonista Dio che mi vedi in core, destacando la vis dramática de esta espléndida mezzosoprano georgiana que sabe utilizar sus resonadores con una impecable factura académica, puesta siempre al servicio de cada momento psicológico de la acción, dejando siempre una elocuente y precisa colocación de sus agudos. Aún cuando su intervención es pequeña, resaltable únicamente en la tercera escena del primer acto, la mezzosoprano austriaca Alexandra Rivas estuvo a la altura de sus compañeras de reparto, luciéndose con cuidada seguridad vocal en el papel de Smeton, paje y músico de la reina Anna.

Un foco de atracción estaba puesto en el tenor jerezano Ismael Jordi. El interesante inicio de su actuación haciendo de Lord Richard Percy prometía por la belleza que imprimió a su canto hablado, pero empezó a decaer en el famoso quinteto con el que se cierra la octava escena del primer acto, Io sentii sulla mia mano, para ir remontando a lo largo del segundo, pero sin llegar al dispendio vocal que exige este papel en la expresión de sus agudos. Tampoco cuajó la actuación del bajo Simón Orfila haciendo de Enrique VIII, dado el oscilante engolamiento de su voz que desvirtuaba la deseable gravedad resultante del sentencioso carácter de su personaje. Así se produjo un manifiesto desequilibrio en el cuarteto principal del elenco que, de no haber sido así, hubiera hecho de esta producción un espectáculo operístico de referencia en la historia del Teatro de La Maestranza.

1 Comentario

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Iré el sábado pero no me cogen de sorpresa las valoraciones que hace el periodista. Percy y Enrique VIII necesitan algo más para poder apreciar la belleza de esta ópera.