Mozart-Da Ponte, ese binomio casi divino, es garantía de éxito seguro, o al menos de una velada con lo mejor en la parte musical y teatral. Con estos mimbres, las funciones del Liceu de este mes de noviembre pasan por ser un bálsamo para los melómanos y el público que se acerca por primera vez al mundo de la lírica.

La producción de Lluis Pasqual que "tripitía" en el coliseo de la Rambla de Barcelona, aunque acierta en muchos momentos, acusa un poco el paso del tiempo, pero se ve salvada por la magistral partitura en no pocas ocasiones. Ambientada por Azorín, otra apuesta segura del Liceu, consigue adentrarnos en una época cercana a los años trienta, donde todavía las relaciones amatorias se regían en función del estatus de los participantes, con la consabida permisividad de la sociedad. Los movimientos actorales en cambio, no favorecían un lectura más intimista de la obra de Beaumarchais, con guiños al mundo del teatro y dejando la partitura de Mozart flotar por encima de cualquier interpretación ulterior.

Le nozze es Eros, pero también es la condición del ser humano, y viniendo de Mozart, es la mujer y como intenta sobrevivir en una sociedad machista. El genio de Salzburgo opta descaradamente por otorgar a Susanna y a la Condesa el protagonismo de una historia que, según la visión de la época, indudablemente recaería en Figaro y el Conde de Almaviva.

Como en toda la trilogía Mozart-Da Ponte, el equilibrio en el reparto es fundamental a la hora de conformar una producción satisfactoria, y así se dio en la función de ayer, con nombres de relevancia como el Cherubino de Anna Bonitatibus, que aunque acusó problemas de proyección, ofreció su característico vibrato y supo ganarse al público con un "Non so più cosa son, cosa faccio" con su demoledor final "parlo d’amor con me" y después con el celebérrimo "Voi che sapete", donde Cherubino se muestra tal como es. Como convincente fue la Condesa de Almaviva que interpretó Anett Fritsch en sustitución a Olga Mykytenko por enfermedad. Con un timbre adecuado al personaje, fue ganando enteros hasta conformar un "Giunse alfin il momento" lleno de emotividad. Supo también concertar el dúo con el Conde en "Crudel, perchè finora" de forma magistral.

Figaro, según el texto de Beaumarchais, es el eje sobre el que rota toda la trama amorosa de la obra, y en este caso fue el barítono Kyle Ketelsen quien se encargó de tal propósito, con un resultado correcto sin llegar a la excelencia y con algunas dificultades en la afinación en el registro agudo (como en los graciosos "din, din!" de "Se a caso madama…" o en el "Non più andrai…"). De potencia justa en su voz, con un ligero aroma engolado, pasó con buena nota el criterio del público que llenaba el teatro.

Mención especial para Gyula Orendt, que supo encarnar al poliédrico Conde de Almaviva, a la vez cretino, hipócrita, sensible y arrepentido. Cabe destacar su aria "Hai già vinta la causa…" donde se demuestra la naturaleza, caduca y vulnerable a la vez, del personaje aristocrático que interpreta. Un mozartiano de pro que supo ganarse al público y convenció con una solvencia fuera de toda duda.

Y en el capítulo de secundarios, destacar el Basilio del siempre cumplidor José Manuel Zapata, que supo dar ese punto de humor sin huir de su labor vocal. Un poco fuera de lugar el Bartolo de Valeriano Lanchas, sin la suficiente autoridad en su aria de "La vendetta". Eficiente como siempre el papel de Vicenç Esteve Madrid como Don Curzio. Y mención especial a la Barbarina de Rocío Martínez, con un papel breve pero vibrante, que descarga de dramatismo la trama y pone de manifiesto la universalidad del tema del deseo y del Eros sin importar la condición social o la edad.

Las modestas intervenciones del coro fueron correctamente interpretadas por el coro del Gran Teatre del Liceu, en una temporada donde han demostrado ya su solvencia y trayectoria ascendente.

En la parte musical, el maestro Josep Pons optó, como suele ser habitual en él, por una lectura minuciosa, cuidando el detalle y el respeto a las voces, con un foso elevado, que casi nunca entorpeció la proyección de la voz de los solistas. Unas cuerdas brillantes y un viento madera sensual, con pinceladas como en la Marcia de Querubino de metales y timbales bien resueltas y el siempre encantador clavicémbalo de Daniel Espasa que conformó los recitativos de manera brillante. Una senda que nos deja desde un Cosí genial y que esperemos se refrende con un Don Giovanni esperadísimo en breve.

Unas Nozze, en definitiva, que aunque sin un wow superlativo, entretuvo y dio de beber a los sedientos del mejor Mozart. ¡Estaremos atentos!

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