Cuando todavía nos quedan lavadoras por hacer de un verano que parece no querer irse, volvemos a revisitar la casa común de la música de Mozart, una Flauta mágica broche final de la pasada temporada y que sirve en esta de arranque ideal para una temporada 2016-2017 en el Liceu, donde el genio de Salzburgo tendrá presencia además con Le nozze di Figaro y Don Giovanni.

Público heterogeneo en la premier, ante la propuesta de Suzanne Andrade y Barrie Kosky, que cuenta con las videocreaciones de Paul Barritt. La escenografía y caracterización de los personajes están llenas de guiños al cine mudo: Buster Keaton, el expresionismo alemán de principios del siglo XX, Rodolfo Valentino, Nosferatu, etc., pero también a estéticas más actuales como el cine de Tim Burton o incluso los videojuegos. Para reforzar esta idea, los diálogos (ligeramente recortados) están proyectados en la "pantalla" y acompañados al pianoforte por Pau Casan, como si estuviéramos en un cine de los años veinte.

El reparto de la última ópera de Mozart debe ser equilibrado y la presencia del elenco de la Komische Oper de Berlin, certificó grandes momentos que, sin llegar a veces a la excelencia en una obra que está sembrada de verdaderos monumentos en la historia de la música grabada, sí que ofreció un nivel en general muy notable.

Jussi Myllys y Maureen McKay fueron unos Tamino y Pamina bien compenetrados, destacando el "Ach ich fülh’s…", que es el mejor de los retratos posibles del amor de Pamina cuando cree que Tamino no la quiere ya. McKay, acompañada delicadamente por la orquesta, supo darle el ambiente intimista, desesperado y lleno de matices dinámicos. Una pequeña joya.

Emanuel Schikaneder, además de autor del libreto, empresario del Theater auf der Wieden, lugar del estreno de La flauta mágica y compañero masón de Mozart, fue también el primer Papageno. Es un personaje clave para entender el éxito que alcanzó La flauta casi de inmediato. En esta ocasión Richard Šveda supo dotar al personaje de la justa comicidad y a la vez de ese carácter noble de corazón, una muestra fue su aria de presentación "Der Vogelfänger bin ich ja", o en el gracioso dúo con Papagena "Pa-Pa-Pa-...".

Olga Pudova fue una muy meritoria Reina de la Noche, en un papel endemoniado que cuenta con esos dos hitos que son las arias "O zitt’re nicht" y "Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen", con una muy buena técnica vocal y una proyección correcta, una Reina que representó bien la dualidad de la madre dolida y la perversa monarca.

Y si perversa fue la Reina de la Noche, autoritario, pero noble se conformó el Sarastro de Dimitry Ivashchenko, con una voz generosa de bajo que, si bien no fue cavernal, sí que estuvo dotada de un bello timbre, proyección en todos los registros y una impecable afinación. Recibió una gran ovación y estuvo brillante en su famosa aria "In diesen heiligen Hallen".

Unas de las mayores triunfadoras de la noche fueron las Tres Damas: Mirka Wagner, Karolina Gumos y Nadine Weissmann, dotando a las siervas de la Reina de la noche de una vida que habitualmente no tienen, quedándose en personajes estáticos. En esta ocasión fueron burlonas, seductoras, rectas, alocadas… sin dejar de lado su magnífica interpretación vocal, que se vio recompensada por el público. Monostatos, en la producción de Andrade y Kosky caracterizado como Nosferatu, fue bien defendido por el debutante Johannes Dunz, dándole esos matices de lujurioso villano o sumiso siervo.

El coro infantil de los Tölzer Knabenchor lleva nutriendo de cantantes muchos años a innumerables producciones de La flauta mágica, unos pequeños cantantes de voces blancas preciosas que cumplieron con sus delicados papeles. También fueron satisfactorios los sacerdotes de Timothy Richards y Bogdan Talos.

El joven maestro Antonello Manacorda debutaba en el Liceu, ofreciendo una versión ágil de la partitura, centrada en el carácter lírico de la obra, buscando la redondez del sonido y huyendo de lecturas demasiado metafísicas. Tempi rápidos, contrastes dinámicos y concertación casi siempre conseguida fueron sus cartas. Si dejamos aparte algún desajuste menor, como en las siempre complicadas intervenciones de los niños, su dirección gustó bastante. La orquesta estuvo también a la altura de la velada.

Una Flauta que se presenta como un espectáculo audiovisual abierto a todos los públicos, y que huye, como decíamos anteriormente, de lecturas demasiado áridas en pos de la visión masónica o la fábula oriental, acercándonos con el hilo de un Papageno/Buster Keaton a una historia llena de interpretaciones, pero que habla del amor, del hombre y en Mozart además, siempre de la mujer. Una producción que lleva ya años cosechando éxitos y conjuga lo mejor de las nuevas tecnologías con guiños al pasado del arte cinematográfico, en una propuesta escénica que es además de ágil ejecución. Un feliz acierto. ¡Bravo!

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