CULTURA

'Otello', de Giuseppe Verdi, en el Teatro Maestranza

El arte de la 'Scapigliatura'

El tenor Gregory Kunde (Otello), en una de las escenas del primer acto de la ópera de Verdi.

Hay que adentrarse en el mundo de los movimientos estéticos surgidos en la Italia de mitad del siglo XIX para entender la creación de uno de los títulos verdianos más singulares como es su ópera Otello. Uno de los más destacados fue la "Scapigliatura" con el que, desde una deriva bohemia de corte francés y la aceptación de un exacerbado romanticismo alemán, se quiso plasmar la equiparada integración de tres artes como la música, la literatura y el teatro en un todo que, aplicado al género operístico, hacía éste más sugestivo y completo como dictaban y se iban imponiendo en Europa central los postulados wagnerianos. Hay que suponer que en este pensamiento está basada la solución propuesta por el escenógrafo alemán Henning Brockhaus en el montaje de esta ópera coproducida por la fundación de Teatro Massimo de Palermo y la Fundación Teatro de San Carlo de Nápoles, que ha servido para inaugurar temporada lírica del primer teatro hispalense.

Así, el espectador vio invadida su capacidad de percepción desde la primera escena, que fue implementada con un gran número de figurantes que crearon, paradójicamente, un sugestivo a la vez que desconcertante efecto que llevaba en algunos momentos a distraer al público del disfrute de la grandiosa música y la característica espectacularidad de los coros verdianos. La fuerza de la plasticidad de este arranque fue el anticipo de la intensa continuidad de la acción que pide esta ópera, dictada en un solo trazo, facultad creativa sólo posible en un genio como Verdi, que lleva la función orquestal en esta ópera a ser el mejor vehículo descriptivo de su acción dramática. Pedro Halffter ha entendido este cometido con gran eficacia, teniendo siempre presente el necesario equilibrio entre foso y escena, de modo especial en la dirección de cantantes, no dejando en momento alguno de tener presente la fluidez del discurso que pide esta creación cumbre del drama musical italiano, donde la orquesta no debe caer nunca en una exhibición innecesaria, sin perder poder y suntuosidad sonora desde una textura tímbrica y precisión técnica cuasi-camerísticas.

Entrando en una somera consideración de los protagonistas de esta representación hay que hacer la observación previa de que pocas son las ocasiones en las que se alcanza el repóquer en las representaciones de esta ópera, que requiere tenores dramáticos muy versátiles que puedan cantar con poderío a la vez de poder ser dúctiles en los momentos líricos. Gregory Kunde desempeñó su papel protagonista hasta ese difícil punto en el que los sentimientos han de llevarse a su máxima distorsión, en este caso los celos, consecuencia erótica del oscuro espíritu cainita que indefectible y en diversa gradación reside en la condición humana desde la primera infancia. Su dominio de la escena y conocimiento de sus posibilidades vocales le hicieron salir airoso del dúo amoroso del primer acto, donde el director de escena quiso supuestamente forzar el simbolismo freudiano de Eros y Thanatos con la presencia unos cadáveres que apilaban los protagonistas en el centro de la escena. La intervención aquí de la soprano lírica californiana Julianna Di Giacomo en el papel de Desdémona significó todo un augurio de la bondad canora esta cantante, sin duda alguna la triunfadora vocal de la noche como quedó de manifiesto en Mia madre aveva del último acto o en las emocionantes Ave Maria y Canción del sauce, momentos determinantes para poder admirar las belleza de sus características vocales.

El entenebrecido timbre de la voz del barítono Ángel Ódena era el más adecuado para transmitir la perversidad de su personaje, el alférez Yago. Su canto de Credo in un Dio crudel en el segundo acto afianzó su actuación, después de un irregular inicio. Su calculada impronta dramática es una de las cualidades que favorecen de alguna manera las dificultades que siempre encuentra este cantante en la modulación de su voz, que encontró gran sentido en los escasos momentos parlati. El resto de protagonistas se esforzaron para mantener la exigencias que pide esta ópera tan complicada como hermosa donde la celotipia adquiere máximo grado estético desde el espíritu literario shakesperiano y la genialidad musical de un Verdi en auténtico estado de gracia. Por fin se pudo disfrutar de un Otello completo, coherente y sin adversidades en el escenario maestrante después de dos intentos en el pasado de lamentable recuerdo.