BERLÍN / Una ‘Dama de picas‘ como tributo póstumo a Graham Vick
Berlín. Deutsche Oper. 9.III.2024. Chaikovski: La dama de picas. Martin Muehle, Sondra Radvanovsky, Lucio Gallo, Thomas Lehman, Doris Soffel. Dirección musical: Sebastian Weigle. Dirección de escena: Sam Brown.
El director de escena británico Graham Vick había dejado sentadas las bases de una nueva producción de La dama de picas de Chaikovski para la Deutsche Oper de Berlín antes de fallecer inesperadamente en julio de 2021. Casi tres años después, su compatriota Sam Brown, basándose en el concepto de su mentor, ha completado el proyecto, que se estrenó en el teatro alemán el pasado 9 de marzo. La escenografía de Stuart Nunn se nutre visualmente de la adaptación cinematográfica de la novela de Pushkin que Yákov Protozánov, uno de los pioneros del cine en Rusia, realizó en 1916. La estructura escénica la forman varios paneles de gran altura a modo de paredes, que pueden girar y crear espacios cerrados. En la primera escena (la del jardín de verano) incluyen una gran celosía decorada con dorados y barandillas, creando una imagen convencional pero coherente. Posteriormente el aspecto cambia, mostrando las habitaciones en secciones enmarcadas por tubos de neón, que a veces parpadean o emiten molestos destellos (por ejemplo, para ilustrar la tormenta eléctrica).
El director de escena cuenta con bastante fidelidad la historia, aunque otorga un especial protagonismo a la condesa, que aparece en más ocasiones de las que indica el libreto. Después del baile, la dama aparece con un sofisticado vestido de seda negra; su aspecto es muy seductor y parece dispuesta a vivir una aventura erótica con Hermann. En la escena del sueño, la vemos en persona, vestida curiosamente con el traje de baile azul claro de Lisa, para revelarle a Hermann el secreto de las tres cartas. Por último, también está presente en la sala de juego, una vez más de negro. Brown casi escenifica una relación amorosa entre los dos personajes; de hecho, Hermann acaba muriendo en sus brazos tras el disparo fatal.
Una lectura tan conceptual requiere de una intérprete de la talla de Doris Soffel, quien asumió el papel tras la cancelación de Hanna Schwarz. Con su sofisticado aspecto, la veterana mezzosoprano se convirtió sin esfuerzo en el centro de la acción, ordenando imperiosamente a su personal de servicio, empujando con apasionado deseo a Herrmann al diván, evocando con intensa evanescencia un mundo pasado en su chanson y, en suma, creando una tensión dramática que impregnó todo el espectáculo. Así y todo, desde el punto de vista vocal el gran triunfador de la velada fue el tenor Martin Muehle, un cantante con reservas aparentemente inagotables, que le permitieron superar su terrorífica parte sin el menor signo de fatiga. La potencia de su canto, los agudos metálicos y el énfasis expresivo enaltecieron su interpretación, capaz de codearse con la de los más grandes modelos del pasado. Por el contrario, decepcionó como Lisa la soprano estadounidense Sondra Radvanovsky, cuyo registro agudo tiende a la estridencia, con numerosas notas verdaderamente ásperas. El director la caracteriza como una criatura neuróticamente reprimida y asustada, y al principio resulta una presencia insólita en su vestido de verano, con boina y gafas. Sólo adquiere una cierta distinción cuando viste el traje de baile azul con adornos dorados. El hecho de que, tras su suicidio, su cuerpo sea tumbado en la mesa de juego, como si se tratase de una mesa de disección, y se la cubra de billetes, es una más de las muchas extravagancias de la producción, que culminan en la escena del baile, bañada toda ella por una resplandeciente luz roja. El iluminador Linus Fellborn ya nos había irritado en el primer cuadro con su arbitrario diseño de luces. En el baile, una bola de discoteca provoca parpadeos mientras el cuerpo de baile de la Deutsche Oper, en corsés y tirantes, ejecuta la agitada coreografía de Ron Howell. El montaje suprime por desgracia la pieza pastoral, lo que priva a Kuris Tucker, como Pauline, de la oportunidad de otra aparición tras su dúo con Lisa y el melancólico romance de la segunda escena. Al Príncipe Yeletsky le corresponde una de las arias más bellas de la ópera, cantada con sensibilidad y gran sentido melódico por el barítono Thomas Lehman. En el rol de Tomski, el también barítono Lucio Gallo se impuso en la balada de las tres cartas y en su alegre canción del tercer acto.
Los miembros del coro de la Deutsche Oper tuvieron que enfrentarse a un gran reto escénico y vocal. En la primera escena aparecen como extravagantes damas y caballeros de la alta sociedad. Luego, como invitados en el baile, se entregan a comportamientos lascivos, incluyendo actos homoeróticos. En todos los casos cumplieron brillantemente su cometido, alcanzando al final de la obra un alto grado emocional con la canción fúnebre ‘Señor, perdónale’. Por último, fue muy grato el reencuentro con el director Sebastian Weigle, quien supo desplegar, al frente de la orquesta de la Deutsche Oper, la rica partitura de Chaikovski en toda su variedad y colorido.
Una velada desigual que, sin embargo, fue acogida con grandes aplausos por el público del estreno.
Bernd Hoppe