LIEJA / Un ‘Falstaff’ lleno de vida y color
Lieja. Opéra Royal de Wallonie-Liège. 28-II-2024. Pietro Spagnoli, Simone Piazzola, Marianna Pizzolatto, Marie-Andrée Bouchard-Lesieur, Francesca Benitez, Carolina López Moreno, Giulio Pelligra, Patrick Bolleire, Pierre Derhet, Alexander Marev. Dirección de escena: Jacopo Spirei. Dirección musical: Giampaolo Bisanti. Verdi: Falstaff.
Es bien conocida la gran admiración de Verdi por William Shakespeare. Junto con La Divina Comedia y la Biblia, sus obras dramáticas eran la lectura de cabecera del compositor italiano. Antes de Falstaff, Verdi había puesto música a dos de sus obras más famosas, Macbeth en 1847 y Otello en 1887. A lo largo de su vida, también acarició la idea de poner música al Rey Lear, pero el proyecto nunca vio la luz, para su gran desesperación. Tras el amargo fracaso de su primera ópera, Un giorno di regno (1840), también sentía un fuerte deseo de volver a poner música a una comedia. Cincuenta años más tarde, en 1889, su amigo y libretista Arrigo Boito le propuso una comedia basada en Las alegres comadres de Windsor. Aunque estaba entusiasmado con la historia del “Cavaliere grasso”, Verdi le contestó que no creía que su salud le permitiera llevar a cabo semejante empresa, a lo que Boito replicó que, a diferencia de un drama, una obra así, llena de diversión, no le costaría fatiga alguna. Unos días más tarde, Verdi le escribió: “¡Amén, que así sea! ¡A por Falstaff! ¡Olvidemos por un tiempo los obstáculos, la edad y la enfermedad! Tras cuatro años de trabajo en la partitura, insistiendo a todo el que quisiera escucharle en que sólo componía Falstaff para su propio placer, la obra se estrenó triunfalmente en La Scala de Milán en febrero de 1893.
Musicalmente hablando, Falstaff es muy diferente de todo lo que el genial compositor había escrito antes. Aquí, la orquesta ya no se limita a acompañar a los cantantes, sino que es protagonista por derecho propio. Las arias inspiradas de sus óperas anteriores dan paso a una especie de recitativo melódico continuo que recuerda la escritura wagneriana, a pesar de la diferencia de estilo. Pero por encima de sus cualidades musicales intrínsecas, el testamento de Verdi es ante todo una reflexión agridulce sobre la condición humana, una broma en la que todos engañan y se burlan de todos, como entonan alegremente todos los protagonistas en los compases finales: “¡Tutto nel mondo è burla!”. Última carcajada de un hombre de 80 años, la obra está sin embargo plagada de momentos de emoción melancólica y sigue siendo, a nuestros ojos, la obra maestra lírica del genio de Busseto.
Más que de “grandes voces”, Falstaff necesita de cantantes con fuerte personalidad y carisma para hacerle justicia. Lo menos que podemos decir es que la Opéra Royal de Wallonie-Liège y su director artístico Stefano Pace han superado el reto con nota. Empezando por el magnífico Pietro Spagnoli, que encarna a un Pancione terriblemente humano y conmovedor. Al margen de cualquier histrionismo inoportuno, el barítono italiano, figura clave de este papel en la actualidad, interpreta a un Falstaff rebosante de salud vocal, haciendo gala de una impecable puesta en escena y de una declamación regia. Con él, el más mínimo gesto con la mano o encogimiento de hombros se convierte en un momento teatral. Su “¡Alice è mia!” en II evita cualquier exageración o vulgaridad, y su largo lamento en III, “Io, dunque, avrò vissuto”, casi hace saltar las lágrimas al evocar con amargura el peso de los años, el paso del tiempo y la maldad del mundo. Simone Piazzola interpreta un Ford igualmente notable, demostrando, si hiciera falta, la afinidad del barítono italiano con el canto verdiano. El timbre es tan inmediatamente seductor como siempre, y el artista hace gala de una musicalidad poco común y de una dicción clara y natural. Sin perder su legendaria elegancia, interpreta un aria de celos “E sogno? o realta?” llena de furia, pero también impregnada de mil matices, saludada por una gran ovación del público. El tenor italiano Giulio Pelligra presta su encantadora voz de tenor ligero a Fenton, e interpreta su aria del último acto “Dal labbro il canto estasiato vola” con tanta emoción como delicadeza. El joven y talentoso tenor polaco (residente en Bélgica) Alexander Marev, en el papel del Dr. Cajus, ofrece, además de un timbre encantador, un formidable temperamento cómico. Los belgas Pierre Derhet y Patrick Bolleire, con su pícara belleza, forman un colorido dúo Bardolfo/Pistola.
En el lado femenino, también tenemos un buen cuarteto de intérpretes. Carolina López Moreno es una encantadora Alice Ford, con una soprano clara y luminosa y unos agudos que saltan a la perfección. Admiramos a la actriz como la mujer dura e ingeniosa que es. Con el mismo encomiable temperamento escénico, su colega francesa (pero mezzo) Marie-Andrée Bouchard-Lesueur interpreta a una Meg Page que nada tiene que envidiarle vocalmente, con unos medios con cuerpo y un timbre cálido. La Sra. Quickly de Marianna Pizzolatto es una de sus mejores interpretaciones. A su fuerte temperamento, formidable en su humor y su jocosidad, añade una voz de impresionante volumen y unos graves suntuosos, nunca sobrecargados, especialmente cuando se lanza a su famosa “Reverenza”. Por último, la fresca y sensual Nanetta de Francesca Benítez es magnífica, deleitando al público con sus etéreos y límpidos pianissimos en su aria del IV, “Sul fil d’un soffio etesio”. Ella y Fenton forman una pareja de tortolitos perfectamente compenetrados vocalmente, una conmovedora encarnación del futuro y del amor, ¡a pesar de su juvenil atuendo de moda gótica!
Estrenada en la Ópera de Parma en 2017, la muy lograda producción de Jacopo Spirei (antiguo asistente de Graham Vick) establece el tono desde el principio con una enorme bandera británica como telón escénico, tan descolorida y sucia como el propio Falstaff. La transposición contemporánea muestra la dejadez del verdadero-falso héroe, tanto en su degradado aspecto físico como en su estrecha vida interior. Muy fiel al libreto, la puesta en escena se apoya en una escenografía desestructurada y deliberadamente cubista (diseñada por Nikolaus Webern), que deleita con su fantasía bonachona, al tiempo que subraya los contrastes sociales entre los protagonistas. El variadísimo diseño de iluminación de Fiammetta Baldiserri y el ingenioso vestuario de Silvia Aymonino constituyen una bella identificación visual, aunque la última parte sea más tímida en su evocación de lo maravilloso.
Pero Falstaff es ante todo una ópera de director de orquesta. A este respecto, el maestro italiano Giampaolo Bisanti, director musical de la ópera valona, cumplió perfectamente su misión e incluso estuvo deslumbrante, dando una lectura llena de vida, color y ligereza a esta partitura cuyo sutil tejido orquestal es en cierto modo el protagonista del drama. Atento en todo momento a los cantantes, pero también a los conjuntos y al difícil equilibrio entre el foso y el escenario, el director italiano consiguió sobre todo galvanizar sin cesar a su formidable instrumento, la Orquesta de la Ópera Real de Valonia, hasta el punto de que, en la extraordinaria fuga que cierra la ópera, asistimos a un verdadero espectáculo de fuegos artificiales musicales. ¡Chapeau, Maestro!
Emmanuel Andrieu
(foto: J. Berger – ORW-Liège)