BARCELONA / Vibrante “Médée” de estreno absoluto en España
Barcelona. Gran Teatre del Liceu. 27-XI-2023. Magdalena Kožená, Reinoud van Mechelen, Luca Tittoto, Gyula Orendt, Carolyn Sampson, Jehanne Amzal, Markéta Cruková. Freiburger Barockorchester. Coro de la Staatsoper Unter den Linden. Director musical: Sir Simon Rattle. Marc-Antoine Charpentier: Médée.
El centenario del nacimiento de Maria Callas, que se celebra el próximo 2 de diciembre, ha favorecido la programación en múltiples teatros de la traslación lírica del mito de Medea, personaje asociado indefectiblemente a su personalidad musical. Con todo, la terrible venganza de la maga de la Cólquide, desde la tragedia de Eurípides (430 a.C), ha sido musicada de la mano de compositores como Charpentier (1693), Salomon (1713), Cherubini (1797), Mayr (1813), Mercadante (1851), Fibich (1863), Milhaud (1939) y Liebermann (1995) entre otros.
La tragédie en musique, en un prólogo y cinco actos, con libreto de Thomas Corneille y música de Marc-Antoine Charpentier, Médée, se estrenó en el teatro parisino del Palais-Royal el 4 de diciembre de 1693, gracias a la influencia del hermano de Luis XIV, que supo imponerse a la oposición de los partidarios de Jean-Baptiste Lully, fallecido diez años antes. Aunque sus detractores la menospreciaron por un flagrante italianismo a sus oídos moldeados por el canon establecido por Lully, recibió elogios de musicólogos de la época como Sébastien de Brossard.
La Médée de Charpentier es ante todo muy fiel a Lully no sólo en la forma, con el obligado prólogo laudatorio de la monarquía francesa, sino también por su instrumentación sobria, la inclusión de música incidental de ballet, a las que añade danzas como la gavota y el rondó, así como un melodismo vocal algo más brillante y variado en los ariosos, en los dúos, los coros y las arias solistas, siempre alejadas de las ornamentadas arias da capo de la ópera italiana de la época, que los franceses de entonces aborrecían. En cierto modo las diversas óperas de Marc-Antoine Charpentier son el puente entre Lully y las óperas londineses de Haendel.
La gira con Sir Simon Rattle al frente de la Freiburger Barockorchester y el coro de la Staatsoper Berlin Unter den Linden recaló en Barcelona y conllevó el estreno absoluto en el Liceu y España de esta Médée, a los 330 años de su creación. Noche por tanto histórica y que supuso una superación en vivo, aun siendo una versión de concierto, de lo que a veces en disco deja un poco indiferente. La ópera, barroca o del periodo que sea, requiere teatro y si ello no es posible, al menos una versión con un leve movimiento, que nos sitúe dramáticamente en la trama.
Los solistas se aplicaron a ello, desde el creciente desasosiego del Jason del tenor Reinoud van Mechelen, un tenor lírico-ligero con un buen centro y facilidad para subir al registro agudo, aunque de timbre más carnoso y corpóreo que los haute-contre que esperaríamos filológicamente. Su fraseo amoroso con Créuse y los embates angustiados con Médée quedaron bien reflejados. El bajo Luca Tittoto fue un Créon arrollador en lo vocal y arrebatador en lo interpretativo, con un empaque en el fraseo y una homogeneidad en todos los registros encomiable, amén de una dicción clarísima. De haber sido una versión escenificada, aún habría galvanizado más al público. El Oronte del barítono húngaro Gyula Orendt empezó algo frío y fue creciéndose a la vez que su personaje, rival de Jason por Créuse, se da cuenta de la intriga y su desesperación final le hizo sacar mayor partido de su centro y grave en forte. Cierto es que el estilo de canto del barroco francés no permite los lucimientos de la escuela italiana de finales del siglo XVII, pero su fraseo aumentó en intensidad a medida que el drama fue avanzando.
La Cléone/Amour de la soprano Jehanne Amzal fue una delicia de canto pulido, amoroso y puesto al servicio de la prosodia francesa, con una pulsión interior en sus intervenciones que pide mayor protagonismo en compromisos futuros. La Nérine/Bellone de la mezzosoprano checa Markéta Cukrová puso la nota terrenal de fracasada sensatez con un instrumento preciso, de cuidado centro, en sus intervenciones. La Créuse de la soprano lírico-ligera Carolyn Sampson resultó conmovedora en sus acentos puros, ingenuos, que poco a poco se percata del drama y destacó en su escena final, en la que se consume poco a poco, con un centro y agudos pulidos, naturalísimos y una dicción impecable.
Sin embargo, quien se llevó el gato al agua en todos los aspectos fue la mezzosoprano Magdalena Kožená, no solo por presencia, con un vestido rojo que ya anunciaba que la sangre iba a correr sin medida, sino también por su rostro, hábil en mostrar esos celos y amargura crecientes antes de estallar en su desaforada venganza. Aunque el canto barroco francés no permite ni por asomo los desmelenes que en otras estéticas posteriores sí se dan (sólo cabe escuchar a Cherubini o Mayr), Kožená con sus brazos y movimientos de cabeza, expresaba esa enajenación de la torturada psique de Médée. Algo apagada al inicio, cobró vida en cuanto llegaron pasajes de sospechas y temores, ahí estuvo fulgurante en el centro y unos extremos bien perfilados, como muchos de los trinos de los finales de las frases, algo que marcaron muy bien todos los cantantes. Aún más crecida en los dos últimos actos, sus enfrentamientos con Créon, Créuse y Jason mostraron esa variedad de fraseo y acentos que es la piedra de toque de las arias de cour y ese largo arioso del barroco lírico francés.
El coro de la Staatsoper Berlin fue el otro prodigio vocal de la noche, pues cantaron con precisión germánica y pasión meridional, dado el modélico empaste entre las diversas voces que lo componían.
Sir Simon Rattle con su claridad de criterio plasmó las maravillosas texturas instrumentales de Charpentier gracias a un conjunto como la Freiburger Barockorchester, repleta de virtuosos. Cuerdas calidísimas en especial las violas, afinados vientos como las flautas de pico y oboes, así como instrumentos de época como la tiorba, el archilaúd y la guitarra, incluso sorprendieron las percusiones que destacaron en el momento en que Médée conjura las fuerzas infernales. Rattle deslumbró con el ritmo vivo de las diversas danzas que aparecen en la partitura y las introducciones de escenas y nos mostró con detalle lo mejor de la estética musical barroca francesa, en el caso de Charpentier con mayor variedad e inspiración melódicas que las de Lully.
Fue por tanto una noche gloriosa de ópera barroca, un espectáculo al que solo le faltó la escena, pero el talento de orquesta, coro y solistas, suplió con creces ese pequeño inconveniente.
Josep Subirá
(fotos: A. Bofill)