Entre reivindicaciones de linajes divinos y batallas navales, Antony & Cleopatra discurre por un belicismo presumiblemente fascista y un erotismo muy comedido, donde la producción invoca, una vez más, el imaginario hollywoodiense para representar el crepúsculo de esta pareja histórica. Sumergida en las tensiones diplomáticas y las diversiones banales de los cócteles, los tocados y el art decó, la estética revela la gracia de envolver el auge y caída de estas celebridades al más puro estilo cinematográfico: mucho brillo, mucho contraluz y mucho primer plano. El estreno en el Gran Teatre del Liceu de este péplum recrea las pesquisas político-amorosas de una de las parejas más triunfantes y malditas de la historia. Y aunque con una lectura con el ojo puesto al atractivo y lo estético del poder, con un resultado estéticamente coherente con la exposición del libreto, el ideario no invita a la imaginación y se queda a las puertas de la revisitación, con soluciones escénicas asiduas aunque convenientes.

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Julia Bullock (Cleopatra)
© Gran Teatre del Liceu

Los plafones horizontales y verticales constituían el punto de partida de la construcción escénica, estructurada en cuadros internos y externos. A través del movimiento de estos, encuadraban, ampliaban o enfocaban el protagonismo de los actos, jugando a hacernos creer unos voyeurs de las pesquisas llevadas a cabo en el ocaso del Antiguo Egipto. El vestuario y la iluminación reforzaban el énfasis de la espectacularidad o del intimismo atmosférico que requerían las complejidades emocionales de los personajes y su desarrollo. Pese a la efectividad de estos engranajes complementados entre sí, algunas soluciones quedaban relegadas al cumplimiento o a la comodidad de la dramaturgia; véase la convocatoria al estilo fascistoide que, sin previo aviso, se ha vuelto un must entre las producciones.

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Julia Bullock (Cleopatra)
© Gran Teatre del Liceu

Debajo de la capa de Isis y la túnica hercúlea, Julia Bullock y Gerald Finley daban vida respectivamente a los protagonistas del drama. Cierto es que la parte vocal no es la más exultante de toda la partitura, pero Adams se encarga de depositar toda la variedad de cambios rítmicos en ella aportándola de carácter propio. El entendimiento interpretativo tanto de Bullock como de Finley era incuestionable; ella, bajo una línea cómoda en el medio registro y evadiendo los agudos, resolvió con más dinamismo los cuadros en conjunto que los solitarios, siempre dominando la escena con empuje y resolutiva. Finley encaró las líneas más dramáticas, destacando por el resto del reparto con una proyección potente y muy acorde a las líneas escritas para las tensiones masculinas en graves. Como antagonista, Paul Appleby interpretó a un Caesar bravuconado y embutido en cinturones militares, llevando a cabo un ejercicio algo más forzado y con la curiosa interceptación de amplificadores.

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Gerald Finley (Antony)
© Gran Teatre del Liceu

El propio John Adams fue el encargado de dirigir su última obra; con interés en la construcción narrativa y el resultado sonoro, ambas partes en busca del sonido brillante, hizo del lirismo el protagonista del foso orquestal. Las secciones siguieron una misma línea en común: la riqueza de la instrumentalización, el encuentro entre lo tonal y lo atonal en las ambientaciones, y la enfatización de las intensidades emocionales de las voces. La voluntad de Adams en representar una amplia expresividad en la paleta sonora quedó demostrada, con algunos desequilibrios entre escenas, aunque manteniendo un estilo unitario. Lo más llamativo de la dirección se pudo apreciar en la vehemencia de la tímbrica en la partitura, así como las combinaciones rítmicas, haciendo que el minimalismo sea sólo la base de lo que construye encima. Las variaciones contrapuntísticas y la diversidad de combinaciones de secciones hacen de Antony & Cleopatra una obra en la que destaca, por encima de la parte vocal, la línea orquestal, donde se vio un trabajo amplio en la recreación de pasajes alusivos y sinergia de energías entre sujetos, con el resultado de acabar siendo un lenguaje pluridisciplinar.

El resultado final entre música y libreto es cómodo para el ojo y agradable para el oído. En verdad, Antony & Cleopatra presume más de un acabado teatral que operístico, ya que planea en ella la intencionalidad de una construcción narrativa y un juego de tensiones enfocados en la fluidez en escena y la agilidad en los cambios de dinámicas, recordando a los ritmos de las tragedias de épocas pasadas. A pesar de la densidad del original del celebérrimo dramaturgo, el drama se sigue cómodamente a nivel musical, siendo tal vez no tan notoria como otros títulos del autor, pero recibiendo una acogida afectuosa por el público barcelonés.

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