Funcionamiento escénico preciso, acertado. Dirección apasionada pero controlada, consiguiendo las difíciles líneas melodramáticas. Y un reparto vocal que es un regalo, un milagro de las coordinaciones de agendas entre cantantes para los roles de esta obra. No hay más que decir sobre el Il trittico de Lotte de Beer y Susanna Mälkki, que se ha convertido en otra de las perlas del año para el Gran Teatre del Liceu. Y llevamos ya unas cuantas; con el Wozzeck de William Kentridge, la triología Mozart-Da Ponte de Alexandre-Minkowski, y los Pelléas et Mélisande, Norma e Il trovatore de Àlex Ollé (contando también con la increíble Giselle de Akram Khan y Tamara Rojo), el teatro catalán cierra un año que podríamos catalogar como estado de gracia, que esperamos se mantenga el año venidero, como poco. Todo esto demuestra criterio y compromiso en la capitanía de la institución. Y Il triticco es la muestra de todo ello: cómo triunfar y no morir en el intento.

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Lise Davidsen (Giorgetta) y Ambrogio Maestri (Michele) en Il tabarro
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

Venida de la Bayerische Staatsoper de Múnich, las tres óperas que configuran Il trittico -Il tabarro, Suor Angelica y Gianni Schicchi- son estancias independientes de una misma casa. La muerte, quien reposa en el techo, estructura todo de arriba a abajo. Sea por el asesinato, el suicidio o de manera natural, la muerte moldea distintivamente a cada personaje, uniéndolos a su vez en una visión conjunta del destino final de cada uno de ellos. Un nexo compartido que se hace escena a través de la mirada algo asfixiante de Lotte de Beer; la focalización dramática no puede estar más centrada, ya que la sitúa en el interior de un túnel gigante (bien podría ser ese famoso que se ve cuando uno muere), siendo la única vía de entrada y de salida al mundo. Se adentra de tal modo que las óperas no ‘finalizan’, si no que el final de una representa el punto de inicio de la otra. El homicidio verista de Michele en Il tabarro, la desesperación mística de Angelica en Suor Angelica y las canalladas en la comedia negra de Gianni Schicchi están vinculadas en sentido y dramaturgia, a pesar de la complejidad de todo. La escenografía de Bernhard Hammer plantea un diseño y un espacio en el que se da toda la acción; simbólico ese túnel que conecta la vida y la muerte, sirviéndose de una regulación lumínica de claroscuros, así como el uso del humo teatral, para crear una atmósfera abstracta de la mano de Alex Brok.

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Ermonela Jaho como Suor Angelica
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

A pesar de las pocas veces que se representan conjuntamente estas obras, tal y como ideó su autor, el reparto para esta ocasión contó con lo mejor que podíamos imaginar; destacando a un Ambrogio Maestri poniéndose en la piel de Michele en Il tabarro y de Gianni en Gianni Schicchi, resultando igual de hipnótico tanto en un registro como el otro. Maestri vislumbró por su veteranía en el verismo belcantista, por lo que verle en acción solo puede significar goce y disfrute. No solo por su resistencia vocal y gama de colores, sino por abordar con tanta calidad escénica al personaje. Lise Davidsen fue otra de las esperadas de la noche. Su Giorgetta en Il tabarro fue otro acto de calidad y versatilidad de su registro, con propulsión equilibrada en la expresividad de los planos más dramáticos. Su voz fue de intensidad creciente y recreando los detalles de su papel, haciendo que fuese una de las mejores interpretaciones. Pero el estrellato absoluto lo tuvo Ermonela Jaho con su religiosa Angelica, de voz límpida y dominando un lenguaje volátil, jugando con los contrastes y emprendiendo un viaje espiritual entre las notas en crescendo. Una auténtica revelación melodramática en pianissimo que fue la mejor de la noche, si duda. La técnica, experiencia, sensibilidad y versatilidad fue lo que hicieron de toda la plantilla un éxito.

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Escena de Gianni Schicchi
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

Lo mismo desempeñó la dirección de Mälkki, quien manejó un foso con intensidad, promediando el sonido y reluciendo los matices de Il trittico. La precisión acompañó a una orquesta brillante, quien atendió a los detalles más abstractos de las atmósferas puccinianas. La conjunción de las líneas dramáticas, el lirismo y la ironía estuvieron integradas gracias a las texturas orquestales conseguidas, donde lo armónico, expresivo y melódico se turnaban en este ejercicio pasional. Realmente el trabajo de Mälkki marcó una manera de hacer muy expresiva en el lenguaje y su paleta, siempre inclinándose en el detalle hacia las tensiones dramáticas y los finales intensos.

Este Il trittico pasa a la lista de los más deseados del año; quizá, justamente por ese túnel que parece conectar presente y futuro, donde espero que más joyas como ésta esperen al otro lado su turno a salir. Ganas de que salgan. Y que triunfen.

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