don pasquale liceu corbelli pachon david ruano 1© David Ruano.

El foso y el escenario

Barcelona. 08/10/2022. Gran Teatre del Liceu. Donizetti: Don Pasquale. Alessandro Corbelli (Don Pasquale), Serena Sáez (Norina), Carles Pachón (Malatesta), Santiago Ballerini (Ernesto), David Cervera (Notario). Orquestra i Cor del Gran Teatre del Liceu. Josep Pons, dirección musical. Damiano Michieletto, dirección de escena.

Muy en consonancia con el propio libreto, el Don Pasquale del 8 de octubre en el Liceu ofrecía un reparto encabezado por un ilustre veterano flanqueado por tres jóvenes cantantes. El ilustre veterano era Alessandro Corbelli, no sólo ilustre por afamado, sino por el deslumbrante magisterio en que ha consistido su ya larga carrera. A su lado dos jóvenes “de la casa” (Serena Sáez y Carles Pachón) y el tenor argentino (y también joven) Santiago Ballerini. Todos ellos bajo la dirección escénica de Damiano Michieletto y musical de Josep Pons.

La propuesta escénica se benefició de una escenografía giratoria que proporcionaba a Damiano Michieletto la posibilidad de modificar el espacio escénico sin salir de casa en las escenas que se desarrollaban en la morada del protagonista, pero no ofreció nada original en relación a la caracterización de los personajes y las situaciones, excepto por el estudio fotográfico que sustituía a los aposentos de Norina en el segundo cuadro del primer acto y un uso ocasionalmente sugestivo de las proyecciones. El movimiento de actores contaba con el oficio de Corbelli y el dinamismo de sus secuaces siempre dentro, sin embargo, de una general convencionalidad. Por otra parte, no quedó claro si el hecho de que el arquetípico Pantaleón de Corbelli contrastara con el naturalismo de sus compañeros fue el resultado de una dirección meditada o más bien de la ausencia de la misma. Todo se desarrolló, en cualquier caso, en el marco de una pulcritud general.

Por lo que respecta a la cuestión musical y a las prestaciones de director, orquesta, coro y solistas habría que empezar por valorar la labor de Josep Pons. Algunos comentarios han querido ver un refinamiento particular en la ejecución del maestro catalán. Lo cierto es que si bien la dirección fue siempre eficaz y ocasionalmente brillante (en el crescendo de la Obertura, por ejemplo), pero también previsible, fue un elemento relacionado con la orquesta el principal lastre musical de la noche. Sea por falta de delicadeza desde el foso o porque la escenografía estaba completamente abierta por el techo, lo cierto es que el balance entre orquesta y solistas fue siempre extremadamente problemático, particularmente en relación al protagonista pero no solamente. Hay que decir en descargo de Pons y sus muchachos que las voces llegaban ya con gran dificultad del escenario y queda por ver si el maestro hizo todo lo que estaba en su batuta para remediarlo.

Como ha quedado dicho las prestaciones de Alessandro Corbelli estuvieron claramente lastradas por este hecho y tal vez también por la edad. Es más difícil justificar ciertos descuadres tanto en su aria como en el duo con Ernesto que le sigue y también en el duo con Norina o el famoso sillabato de su duo con Malatesta. A cambio, este artista al que el que escribe admira con fervor nos ofreció, como era de esperar, una dicción soberbia y unos recitativos magistrales.

Tampoco Serena Sáez se salvó de tener que lidiar con una orquesta invasiva, lo cual es más sorprendente tratándose de una soprano (y joven). Sin embargo, la soprano catalana estuvo espléndida en general, con una fusión de canto y actuación verdaderamente emocionante por momentos. Aunque algunos agudos se iban ligeramente para atrás, la suya fue una actuación brillante con un fraseo de gran clase y una encomiable atención al texto. Vista en conjunto, la suya fue la actuación más brillante de la velada.

Carles Pachón, en cambio, resistió con gran solidez a los embates de la orquesta. Su concepción del personaje no tuvo el brillo de la Norina de Sáez, resultando un tanto desdibujada. A cambio, sin embargo, ofreció un Malatesta vocalmente irreprochable, con voz rotunda, total seguridad en todo el registro y unas coloraturas dignas de ser recordadas: precisas y ligeras en ritmo y afinación, a la vez que sonoras.

Ernesto es un personaje complicado. Su intervención escénica es menos agradecida que la del resto de protagonistas y se tiene que jugar el todo por el todo en sus intervenciones solistas. El maestro le dirigió, antes de su aria, un recitativo tal vez demasiado reflexivo. A partir de entonces, Santiago Ballerini combinó una vocalidad esencialmente segura y limpia con unos agudos no muy lustrosos y escasa vena heroica en los momentos que lo requieren (que los hay). Terminó su “Sogno soave e casto” (bellamente dirigido y ejecutado a nivel escénico) con un agudo tan elegante como poco justificado aunque no sea nada nuevo. Para acabar el Notario de David Cervera fue sorprendemente (y tal vez excesivamente) sobrio. Por lo que respecta al coro, más allá de cierto movimiento escénico poco justificado, fue notable musicalmente dentro de lo que permite una obra que le asigna un papel subalterno.

Quedó claro que vale la pena apostar por gente de la casa para aquellas obras que lo permiten y ese fue el punto fuerte la propuesta. En cambio hubiera sido un gran placer ver y oir una versión más esplendorosa de Corbelli y, sobre todo, evitar ese molesto balance entre el foso y el escenario que limitó las virtudes, a veces notables, de los cantantes solistas.