El cierre de temporada del Gran Teatre del Liceu ha sido, eminentemente, un acto de fe. Nunca mejor dicho, porque esta Norma lo fue en todas sus vertientes. Acto de fe por parte de la directiva del teatro al apostar por una producción que remueve la memoria histórica, la conciencia y los debates internos sobre el peso de la moral en el individuo, con plena vigencia. En palabras del propio Víctor García de Gomar, es una “actualización del drama centrándolo en el fanatismo religioso y las conexiones con el poder dictatorial y las consecuencias visibles en las conductas sociales”. Cuánto merece ser sacrificado por la comunidad o por uno mismo. Menos acto de fe para Àlex Ollé, quien sabía que en España las claras connotaciones contra los poderes fácticos de la maquinaria estatal tendrían una repercusión más visceral. Una Norma como denuncia contra la intolerancia, entre capirotes, botafumeiros y mucha misa.

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Marina Rebeka (Norma)
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

Es papesa, líder y ley. Pero también mujer, amante y madre. La tragedia no se centra en la lucha contra druidas y romanos, ni siquiera en la lucha entre amantes; la tragedia es la protagonista en sí misma, como humana atrapada entre la obligación moral y los deseos esenciales que le hacen ser quien es y hacerlo en secreto. Y queda claro cuando todo el escenario se convierte en un reflejo de su mundo interior; un bosque de mil doscientas cruces se levanta ante ella vigilando y juzgando todo acto, mientras toda una comunidad de druidas militares de estética fascista le acompañan a cada paso. Ollé presenta un escenario sencillo, pero cargado de simbolismo ultracatólico y con reminiscencias franquistas que muchas generaciones reconocen enseguida. Un escenario que también separa dos mundos, como una pequeña estancia doméstica escondida bajo el suelo y que muestra la intimidad de la protagonista (su otra vida -sus hijos, sus miedos- la que debe permanecer oculta) y que acaba transformándose en un confesionario gigante que muestra las simpatías entre teócratas y eclesiásticos por llevar el bien a la comunidad. Liturgias con monaguillos y nazarenos junto a desfiles militares son la apuesta de Alfons Flores y Lluc Castells, quienes participan en el viaje de Norma desde la cúspide dogmática a la esencia final humana. Ningún recurso es utilizado gratuitamente y la voluntad última recae en la humanización de Norma, quien acaba sentenciada a una hoguera gigante en forma de cruz iluminada por el trabajo de Marco Filibeck. Alcanzando intensidades dramáticas comparables a las tragedias griegas, esta Norma acaba por tener un carácter solemne por la sinceridad de un planteamiento crítico a la vez que humano.

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Marina Rebeka (Norma) y Varduhi Abrahamyan (Adalgisa)
© David Ruano | Gran Teatre del Liceu

Frente a semejante panorama, el nivel musical fue algo más irregular. Un foso orquestal dirigido por Domingo Hindoyan se mostró poco energético en la lectura de la partitura; debido a los retos musicales que plantea y la necesidad de involucrarse en los énfasis de las reiteraciones, Hindoyan se mostró algo falto de encanto. Una obra que pide tesón e implicación para mostrar sus diferentes colores, melodías profundas, momentos musicales variados y la diversidad interpretativa de las secciones. Marina Rebeka fue sin duda el centro de atención de todo el reparto; una Norma intensa tanto en su fragilidad, valentía, miedo o rabia, en un rol impetuoso para la soprano. Su voz fue ágil y regulada en los fraseos, resaltando las líneas más delicadas y utilizando un buen punto de apoyo con el coro. Se lució en las melodías más destacables, con una buena técnica de voz y proyección. Rebeka interpretó tanto la creencia como la duda que tortura al personaje, formando un buen tándem con su compañera Varduhi Abrahamyan. La mezzosoprano también convenció en interpretación y estilo belcantista, presentando a una Adalgisa con una voz atractiva y bien colocada que le permitió seguir la estela de su compañera de escena. Riccardo Massi presentó un Pollione que empezó a ser interesante para mediados de la obra; un recorrido que fue de poco a más en el canto, expresivo y destacando más por las secciones agudas que en las acrobacias vocales. El bajo Nicolas Testé, como Oroveso, hizo lo que pudo después de avisar previamente que salía de una faringitis; pero el resultado fue mejor de lo esperado dentro del contexto.

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Escena de Norma en el Liceu
© David Ruano | Gran Teatrel del Liceu

Buena acogida por el público que se entrega a un reparto compacto y con un trabajo bien defendido; nada comparable al de Ollé, quien recibió una importante pitada que fue contrarrestada, con la misma intensidad, con bravos y vítores. Por si quedan dudas, la reflexión final sobrevuela la existencia de unos dogmatismos que pueden llegar a castigar hasta el amor. No es una crítica a la religión: es una crítica al fanatismo. Hagamos un pequeño sacrificio también; reflexionar sobre lo que se nos plantea, nos guste o no, y valorar la coherencia y su planteamiento. Eso también es un acto de fe.

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