«Tranvía» en teatro, «Deseo» en ópera

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foto Daniel Azoulay

Llevar un monstruo sagrado del teatro al género lírico es tarea titánica, casi siempre desagradecida; sin ir mas lejos hasta Verdi tuvo serias idas y venidas con Macbeth para muchos años mas tarde reconciliarse con el inmenso Otello. Si Tennessee Williams hubiese escrito Un tranvía llamado deseo unas décadas antes, seguramente habría tentado a Puccini, Zandonai, Alfano u otro compositor verista, algún francés como Massenet  o un romántico tardío como Korngold; la suposición no es descabellada si se tiene en cuenta que la estrenó en 1947 y que Puccini compuso Turandot en 1924.  También Samuel Barber y por qué no Leonard Bernstein pudieron ser de la partida. En cambio, fue el valiente de André Previn quien para su primera ópera, a los casi setenta años de edad, se atrevió a crear un marco lírico al inmortal clásico del teatro y luego del cine americano. Desde el vamos Streetcar es ideal y tentadora al género operístico, Williams se resistió a varias ofertas por convertirla en ópera cediendo en 1964 ante Lee Hoiby (1926-2011) que al final prefirió musicalizar Verano y humo, estrenada en 1971. La intensa partitura de  Alex North para la versión cinematográfica de Elia Kazan en 1951 es otro antecedente digno de mencionar.

Berlinés de nacimiento, llegado a Estados Unidos en 1939, en lugar de acudir al previsible, sofocante cromatismo de los compositores mencionados o explorar un camino totalmente original, Previn optó por un híbrido que en instancias coquetea con el jazz e inevitablemente, el cine (recuérdese su participación en ambas disciplinas) pero que en esencia evoca curiosa y vagamente al Wozzeck de Alban Berg y sus escenas divididas por abruptos preludios orquestales. Sin llegar a la atonalidad de aquel, Previn favorece una suerte de declamación que prevalece en sus personajes quienes de cuando en cuando merecen un descanso en breves arias. No basta algún toque impresionista o armonía straussiana o algún énfasis à la Britten, compositor que admiró, para redondear una partitura que con resultados mixtos, no acaba de convencer. Ilustrador minucioso, en última instancia Previn no llega a lanzarse al ruedo o hacer suyo el multifacético drama de Williams amén de la eficaz, literal adaptación del libretista Philip Littel, a través de casi tres horas horas que fluyen en una línea constante sin altibajos, donde nunca llega la tan esperada como necesaria cumbre musical.

Después de dos años de ausencia por la pandemia, no deja de ser un acto de arrojo comenzar la octogésima temporada de Florida Grand Opera con este Tranvía, un título americano que mas allá de sus falencias ha sido escenificado en grandes casas de ópera y ahora llega al escenario del Sur de la Florida. Con cierto sabor a principios de siglo, no deja de ser una ópera importante de fin de siglo XX y en la línea de revivals de títulos americanos favorecido por la compañía las últimas temporadas. Integrado en su mayoría con debuts del programa de Young Artists, la solidez del conjunto apuntaló la noche, con un decorado único proveniente de la Opera de Nueva Orleans que Jeffrey Buchman, con recursos mínimos, supo aprovechar al máximo. Gracias a su ágil dirección se apreció un fluir de corte teatral obteniendo lo mejor de cada personaje e integrante del elenco.

En el papel escrito a la medida y para Renée Fleming, la soprano local Elizabeth Caballero se entregó de lleno al rol de Blanche Dubois; huyendo de la peligrosa caricatura, con un trabajo detallado al máximo. Honesta y frontal, Caballero dió todo de si, vocal e histrionicamente, en un personaje que está en escena durante casi toda la ópera dandole brillo tanto a su aria I want Magic! como a la escena final con la célebre frase final “Quienquiera que usted sea, siempre dependí de la bondad de los extraños”. En pendant, el grito “Stella” – inmortalizado por Marlon Brando – cerró el primer acto con la justa tensión, el barítono neozelandés Hadleigh Adams – valga destacar que en una semana aprendió el papel ante la deserción de Steven LaBrie para sumarse al grupo Il Divo – fue un Kowalski de kilates asi como la Stella de la joven Rebecca Krynski Cox que completó el terceto con notable aplomo y una voz caudalosa que augura carrera promisoria. Como Mitch, el tenor Nicholas Huff aportó el necesario balance destacándose en el enfrentamiento con Blanche y su pasado. Asimismo, Stephanie Doche convenció como la vecina Eunice. Los personajes secundarios tuvieron correctísimo desempeño apreciándose la experta guia de Buchman.

En rasgos generales, la partitura de Previn permite lucirse a los cantantes, sin forzarles la linea vocal, dejando los tutti orquestales para los intrincados preludios, tarea que el director Gregory Buchalter cumplió competente, como también los breves solos de saxophone que evocan Nueva Orleans o al pizzicatto del primer acto acompañando a la cantante.

En suma, una atractiva oferta para los fanáticos de la pieza que les permitirá comparar su traspaso al género lírico, y generar mas de una polémica y para el público general como estreno miamense de una ópera americana que celebra ocho décadas de FGO. 

Florida Grand Opera / A Streetcar Named Desire Febrero 3 y 5, Broward Center, Fort Lauderdale.  fgo.org

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foto Daniel Azoulay