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Oportinidad perdida (II) 

Oviedo. 12/11/2021. Teatro Campoamor. Puccini: La bohème. Alessandro Scotto / Juan Naval Moro (Rodolfo). Simona Mihail / Miren Urbieta-Vega (Mimì). David Menéndez (Schaunard). Vicente Esteve (Benoît/Alcindoro). Javier Franco / Robert Mellon (Marcello). David Lagares / Manuel Fuentes (Colline). Elena Sancho Pereg / Laura del Río (Musetta), entre otros. Coro Intermezzo. Coro infantil de la escuela de música Divertimento. Orquesta Sinfórnica del Principado de Asturias. Emilio Sagi., dirección escénica. Corrado Rovaris, dirección musical.

A diferencia de Pagliacci, La bohème no necesita de un prólogo para convencer al público de que lo que está a punto de presenciar es un “squarcio di vita” como dice Tonio, pues ni si quiera la sangre y los celos pueden ser más humanos que el amor y la juventud. La bohème es una ópera genial, quizás la más genial de todas, en lo relativo a su capacidad para emocionar, para lograr que los aspectos técnicos de su música trasciendan y ésta se convierta en un medio casi mágico de transmitir sentimientos. Pues, a fin de cuentas, ¿quién puede no inmutarse mientras escucha como Rodolfo y Mimì se despiden en el tercer acto? En ese momento en que sus labios se profesan indiferencia, aún a sabiendas de que sus corazones se han prometido ya la eternidad.

Es por todo ello, y por mucho más, que La bohème es uno de esos títulos que prácticamente se sostienen solos, especialmente ante un público no muy habituado a la ópera, pues la música y la historia son capaces de atraparte desde el primer momento. Esto se maximiza, además, cuando se cuenta con una propuesta escénica de contrastada calidad, como es la firmada por Emilio Sagi y Julio Galán y que se ve siempre en Oviedo acompañando a este título. Una representación clásica, pero fresca, del París bohemio donde no falta una buhardilla con chimenea, un bullicioso Barrio Latino y una nevada aduana de Enfer donde destacan, como siempre en las mejores obras de Sagi, multitud de detalles secundarios que contribuyen a llenar de vida y sentido la propuesta, tales como la picardía de Mimì a la hora de ayudar a Roldofo a esconder su llave debajo de la butaca, o el guardia de la puerta que desde la calle coquetea con una de las chicas de la taberna.

En este contexto, no fue por la propuesta escénica por lo que esta Bohème se quedó, para ser justos, ciertamente limitada, sino por la elección de los roles protagónicos. Pues, si es cierto que la obra, por si sola, consigue encandilar, se trata también de un título que brilla sobremanera con voces las voces adecuadas. Del Rodolfo de Alessandro Scotto Di Luzio puedo elogiar su bello color en la zona central, con momentos de verdadera lucidez que se combinaron, sin embargo, con otros menos inspirados y con un tercio agudo tirante y sin facilidad para correr por el teatro, que pareció obligarle a estar más concentrado en resolver el rol y superar sin desgracias sus arias que en cantar con belleza y matización. Respecto a la Mimì de Simona Mihai, podría hacer un comentario muy similar en lo relativo a la matización, aunque si bien es cierto que demostró intencionalidad creciente a lo largo de los dos últimos actos, su timbre no terminó por convencer dentro de la dulzura que se espera del rol. Una oportunidad perdida por parte de la ópera de Oviedo que, nos guste o no, lleva encadenando - junto con La flauta mágica - dos propuestas consecutivas desafortunadas para una temporada de la tradicional importancia de la ovetense, sobre cuyas tablas la historia ha visto desfilar voces como la de Freni y Pavarotti en estos mismos roles que hoy nos ocupan. 

Más allá de los dos protagonistas, el resto del elenco demostró un nivel más notable, en el que destacaron la presencia vocal habitual del Schaunard de David Menéndez, que no decepcionó abordando el simpático rol, y el brillante Colline de David Lagares, de medios generosos y manejados con conocimiento de causa, cuyo momento en Vecchia zimarra, senti fue, quizás, de lo mejor de la noche. Javier Franco, a quién ya he escuchado en más ocasiones, no tuvo su mejor noche abordando un Marcello que fue ganando quilates a medida que avanzaba la obra. Cabe destacar, por último, la Musetta de Elena Sancho Pereg que, pese a contar con una voz no demasiado grande, logró abordar todo su rol con honestidad y desde una seguridad y sensación de nulo esfuerzo que deja entrever su verdadero valor como cantante. Respecto a los roles de Benoît y Alcindoro, Vicente Esteve cubrió ambos con gran inteligencia, encarnando con gracia al primero y con alguna limitación vocal más al segundo.

En la segunda función a la que asistí, Viernes de Ópera, que constituye la iniciativa de reparto alternativo de la Ópera de Oviedo, que permite escuchar la misma obra con un segundo cast, durante solo una representación, lo cierto es que las voces elegidas superaron ampliamente la opción del primer reparto, especialmente en el caso de la pareja protagonista, conformada por Juan Noval-Moro como Rodolfo y Miren Urbieta-Vega como Mimì. Del primero, cabe resaltar su honestidad, pues el tenor se subió al escenario desde el primer momento con la intención de dar todo lo posible de sí, arrancando con una entregada “Che gelida manina” y continuando con unos brillantes segundo, tercero y cuarto acto, donde entregó frases de muchos quilates, ofreciendo generosas dosis de esa pasión y juventud que debe destilar el rol. Por su parte, la Mimì de Urbieta-Vega fue francamente sobresaliente de principio a fin, llena de matices y dotada de un precioso color, consiguió sin dudas convencer con una entrega a años luz de la propuesta para el primer reparto. Cuando las cosas salen bien, la atmósfera que se crea, sobremanera en un título como Bohème, es muy especial y, sin duda, se convierte en un intangible que el público es capaz de percibir.  Gustó asimismo el Marcello de Robert Mellon, seguro y efectivo durante toda la representación y el joven Colline de Manuel Fuentes, de medios privilegiados que, a tenor de su corta edad, de seguro nos darán numerosas alegrías en un futuro próximo. Cabe destacar, por último, la Musetta de Laura del Río, correcta y de voz generosa que no tuvo problemas para hacerse escuchar durante su segundo acto, donde manejó a la perfección la situación para lograr captar la atención del público.

A la batuta de Corrado Rovaris, la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias sonó compacta y entregada, ofreciendo una versión más que correcta de la obra y que habría sumado muchos más puntos de no ser por las frecuentes descoordinaciones entre el foso y cantantes, que terminaron por empañar el resultado final. Durante la representación del viernes de ópera, las impresiones sobre la OSPA se reafirmaron, si bien es cierto que se generó cierta sensación de “pesadez” en los tempi, especialmente a lo largo de las arias del primer acto, que dificultaron el trabajo a los cantantes al tiempo que le restaron frescura a la lectura de la obra. Buena actuación del Coro Intermezzo en ambas representaciones, que cumplió con su cometido durante el segundo acto y también del Coro Infantil de la Escuela de Música Divertimento, que logró realizar un trabajo ciertamente notable y digno de mención.

Foto: Ópera de Oviedo.