Bajo la forma de una misa de difuntos, War Requiem se presenta como advertencia. Es un canto antibélico, una llamada a la cordura y una lección para los presentes. Benjamin Britten, quien compartió el espíritu pacifista del soldado y poeta Wilfred Owen, firmante de los poemas recitados a modo de libreto en el espectáculo, creó este híbrido escénico-musical en el que acoge tanto textos sacros, poesía y traumas. Todo delicadamente unido a través de un partitura cargada de desasosiego. Cierto es que la parte redentora está y guía el camino a la sanación, pero comparando nuestro presente y pasado, parece ser que la historia sigue vigente entre nosotros.

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War Requiem en el Liceu con dirección escénica de Daniel Kramer
© Antoni Bofill | Gran Teatre del Liceu

Ciento veintitrés voces narran, lamentan, maldicen, suplican o alivian en un contexto de guerra simbólico. A pesar de que la obra fuese creada para la conmemoración del centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, no hay ningún motivo que lleve a pensar que se retrate este conflicto. Es, en su totalidad, el summum de todos los conflictos. Los habidos y por haber. Daniel Kramer ha ideado un espacio simbólico, desprovisto de elementos escénicos casi por completo para que la carga emocional recayese en la presencia de las voces y sus sentencias. Tres grandes pantallas forman una especie de tríptico gigante que hace de escenario único entre los coros y solistas. Los proyectores son los encargados de ejecutar imágenes que señalan conflictos de todo tipo y de diversas procedencias. La guerra es igual para todos y se adjudica sus víctimas sea cual sea su nacionalidad. Wolfgang Tillmans lo tiene claro y lo muestra de manera certera; un espacio negro inundado de cadáveres que, poco a poco, se alzan y avanzan hacia la reconquista de la humanidad y de la unión con el otro. La mirada planteada por Tillmans junto con la deontología de Owen, trazan una concepción escénica interesante a la vez que funcional.

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El barítono Matthias Goerne y el tenor Mark Padmore
© Antoni Bofill | Gran Teatre del Liceu

También forma parte del simbolismo total la reconciliación entre naciones (deseo de Britten) a partir de la soprano, el tenor y el barítono quienes personifican y dan voz a la Rusia, la Inglaterra y la Alemania confrontadas en la guerra de Owen. Crean un espacio de comunión y hacen posible lo que nunca se pudo hacer. Tatiana Pavlovskaya, Mark Padmore y Matthias Goerne dieron voz a largos fraseos y expresiones desde la mirada del oficiante del conflicto y la de los soldados enemigos respectivamente. Siempre de recurso intimista y acompañados por una orquestación de corte camerístico, siendo sus intervenciones acústicas la otra cara del diálogo.

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La soprano Tatiana Pavlovskaya
© Antoni Bofill | Gran Teatre del Liceu
La orquesta de Josep Pons encaró parte de la personificación de la guerra con una larga ristra de metales y mostrándose cómodo en la modalidad de oratorio. El trabajo resultante de los tres solistas más el coro fue el auténtico protagonista del War Requiem. Pablo Assente debutó como nuevo director de coro del Liceu notablemente; ochenta voces adultas conformaban su coro de víctimas que brillaban en las aplicaciones rítmicas, encarando a su vez retos en el movimiento escénico (por la perspectiva teatral conferida a esta obra sinfónico-coral) que supieron solventar. Pero el punto de inflexión fue marcado por la intervención de las cuarenta voces blancas del Coro infantil VEUS - Amics de la Unió de Granollers, dirigido por Josep Vila i Jover. Receptores de las almas de las víctimas y mensajeros de la paz, este coro infantil se convirtió en la extensión metafísica última de la obra de Britten. 

War Requiem obtuvo una merecida recepción en la noche de su estreno, en la que triunfó el trabajo coral, la coordinación escénica de la dramaturgia y su aún vigente llamamiento a la paz.

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