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Norma al desnudo

Madrid. 06/03/21. Teatro Real. Bellini: Norma. Yolanda Auyanet (Norma). Clémentine Margaine (Adalgisa). Michael Spyres (Pollione). Roberto Tagliavini (Oroveso). Berna Perles (Clotilde). Fabián Lara (Flavio). Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Justin Way, dirección de escena. Marco Armiliato, dirección de orquesta.

Recibo esta nueva Norma del Teatro Real como un reconocimiento, como un homenaje al hombre de teatro que era Bellini. A menudo nos hablan de lo meticulosos que fueron, entrometidos incluso, nombres posteriores como Verdi, Puccini o Strauss. De sus relaciones con los libretistas, de cómo les llevaban de cabeza o de cómo volvían una y otra vez a las palabras hasta que la escena adquiría la calidad que ellos buscaban. De este sentir, yo pondría el punto de partida, seguramente, en el siciliano.

Bellini vivía pegado a la actualidad, a las corrientes teatrales europeas. No hay que perder de vista que Soumet estrena su exitosa Norma, en la que se basa la ópera, apenas nueve meses antes de que lo haga el siciliano. Vincenzo buscaba un teatro, un drama vivo, que le propiciase, además, el espaldarazo definitivo. Rossini, afincado en ese mismo Paris de Soumet, había dicho adiós a la ópera un par de años antes con su Guillaume Tell, mientras que Donizetti buscaba su propio camino, ganando la partida en cuanto a cantidad y con algún título imprescindible ya estranado, como Anna Bolena.

Para la adaptación lírica, el compositor vuelve a confiar en su libretista de cabecera: Felice Romani. En estas fechas, ya han trabajado juntos en Pirata, Straniera, Capuleti y Sonnambula, alcanzando en Norma el mayor grado de homogeneidad y madurez conjunta, sólo igualado por la última ópera de Bellini: Beatrice di Tenda, en la que volvieron a unir fuerzas. Y desde el minuto uno, lo sabemos por los escritos de la viuda de Romani, Bellini se implica en la estructura dramática, en la fuerza teatral de la escena, en la importancia de la palabra, mano a mano con el libretista. Tres versiones diferentes fueron escritas, hasta que dieron finalmente con la que más convencía a ambos. Es curioso decir “ambos”, cuando lo acostumbrado es que la opinión del compositor prevaleciese sobre la del libretista. Así lo hemos leído en otros autores, pero en Norma, Bellini se reverencia ante la experiencia de Romani.

En pro de una escena más dramática, más narrativa, a la protagonista – y ojo, que la estrenó Giuditta Pasta – se le priva de un final protagónico, con la esperada cabaletta de artificios vocales. Del mismo modo ocurre al comienzo del segundo acto donde, en vez de un momento de despliegue vocal, se nos ofrece una imagen intensa, cargada de emoción, con Norma debatiéndose entre matar o no a sus propios hijos. Y este es, a mi entender, el gran valor y la absoluta genialidad (una de ellas) de esta ópera. Los cuatro personajes principales no se enfrentan a enemigos o antagonistas, no hay confrontación con el otro, sino consigo mismos. No asistimos a la típica rivalidad entre soprano-mezzo, o tenor-barítono, sino más bien a la reflexión, al remordimiento, al encuentro con el propio pasado. Al conflicto de las emociones cuando no queremos creérnoslas o nos vemos sobrepasados por ellas.

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Para contextualizar todo ello, Justin Way, director de escena y director de producción del Teatro Real, rinde homenaje, a mi entender y vuelvo al comienzo de mis líneas, al Bellini teatral. Para ello, utiliza un recurso manido: teatro dentro del teatro, con una fórmula sencilla. Consigue así ofrecer la mejor lectura escénica que se ha visto en Madrid durante las últimas décadas; muy por delante de las propuestas de Gustavo Tambascio (2005) y Davide Livermore (2016).

Way juega al desdoblamiento, mostrándonos la doble vertiente de Norma como personaje real y como una actriz que le da vida en la obra de Soumet (estrenada por Marguerite-Josephine Weimer). La división se muestra a través de unas simples pinceladas, las suficientes para que la trama pueda mostrarse sin embarullamiento alguno. Así, Adalgisa, como Eva en la extraordinaria cinta de Mankiewicz, se nos muestra al desnudo. También Norma. Incluso, por un momento, puede encontrarse un paralelismo entre el camerino de esta última (Margo Channing) y la visita de la joven aspirante a sacerdotisa suprema Adalgisa (Eva). Sin el veneno de Eva en la película, el relevo generacional entre actrices también nutre el imaginario de artistas y público, aunque como sacerdotisa, pero también y sobre todo como amiga, Adalgisa está muy alejada de las formas de la actriz. Ese atisbo de sororidad entre Norma y la joven druida es una absoluta genialidad, que no encontró continuación en la ópera.

Way incide pues en la Norma más humana, en la más carnal y emocional, al igual que con Adalgisa. Dota de verosimilitud a los personajes, sobre todo a la relación de sororidad y comprensión entre las dos protagonistas, pero también, curiosamente y por ejemplo, a Clotilde, a quien devuelve parte de la complicidad que Soumet le da en el original. Pollione, a pesar de ser el desencadenante de tanto, no deja de ser, en gran medida, un convidado de piedra. El rol no puede exprimirse mucho más y se le incardina, dentro de ese desdoblamiento propuesto, en el enfrentamiento entre italianos y austriacos, contemporáneo a Bellini. Señala así Way de forma certera al siciliano como el germen de todo lo que estaría por venir con Verdi y óperas como Lombardi, Nabucco, o Legnano.

Por lo demás, el regista nos muestra en todo momento algo primordial, que el bel canto no es estatismo, sino profundidad, hondura, pasión contenida… o desatada. Opta por acertados patrones escenográficos, clásicos, de Charles Edwards, cómodos además para la producción del Teatro Real. El mayor “pero”, quizá, podamos hallarlo en el vestuario de Sue Willmington. Vaya por delante que los figurines de Norma son estupendos y que, entiendo, se ha querido rendir homenaje a esa época también desde la indumentaria, pero, por decirlo con humor, hay veces en que Pollione parece el novio de la tarta, Oroveso, Melchor en la cabalgata y Clotilde bien podría protagonizar, ora el musical de Oliver Twist, ora La del Soto del Parral. En cualquier caso, la propuesta de Way gana a medida que el drama avanza, ofreciendo un segundo acto revelador en todos los sentidos, con una conclusión final “alla Boulez” que supone un agudo broche a la velada.

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En el apartado musical, Marco Armiliato sustituye en el foso al previsto Maurizio Benini, quien renunció a dirigir estas funciones por motivos personales. Me hago cargo de los complicados días que vivimos y de la incontestable labor que realiza el Teatro Real en estos tiempos, apostando por la cultura en las mejores condiciones posibles, uniendo funciones de Norma y Siegfried, dos óperas complicadísimas, junto a los ensayos de Peter Grimes. Sin embargo, una vez más en Norma (tras las mencionadas funciones de Livermore, con Roberto Abbado a la batuta y la versión concierto de 2010, con Massimo Zanetti), los miembros estables del coliseo madrileño sonaron un tanto decepcionantes.

No es que se ofreciera una lectura fuera de estilo o destartalada, pero de Bellini y de Norma se espera, se puede esperar mucho más en la orquesta. Por lo general, escuché una versión bastante superficial, tendente al efectismo en los momentos que parecen más grandilocuentes, con problemas en vientos, tanto maderas como metales. Se dieron, no obstante, interesantes destellos en la cuerda, aunque en el total, Bellini necesita más hondura, más psicología, más pátinas de color y mayor delicadeza. Tampoco ayudó el coro, por debajo de su nivel habitual, sobre todo en cuanto a empaste se refiere.

Escuchaba el otro día el Andante spianato y Gran polonesa brillante de Chopin, precisamente recomendado por Yolanda Auyanet y pensaba en cuanto exige ahí el compositor al pianista, quien debe desplegar todo tipo de habilidades. Lo mismo puede decirse del rol de Norma, al que Bellini denominó como "enciclopédico". No obstante, aunque sus autores aún no se conociesen, las dos obras fueron escritas en exactamente el mismo periodo de tiempo. Más tarde, Chopin y Bellini se profesaron sentida admiración y amistad, pero esa ya es otra historia. En esta, la soprano protagonista ha de erigir un personaje poliédrico, lleno de claroscuros y recovecos emocionales, que son reflejados en su canto. Auyanet es perfectamente creíble en lo dramático, "Siempre he sido una soprano dramática, en el sentido de trágica, atrapada en una voz de soprano lírica", me decía en la entrevista con la ocupa nuestra portada de este mes en Platea Magazine. Y una artista honrada al servicio de su voz, que conoce muy bien. Norma ha de ser solemne como sacerdotisa, irascible ante el ultraje de un amor, tierna ante sus hijos, comprensible con la inocente Adalgisa...  En su página de salida, nada sencilla, Auyanet ya da buena cuenta de sus valores, con una medida Casta Diva, siempre complicada por la urgencia de creación de una atmósfera etérea e inmaculada. Regaló buenas agilidades en la cabaletta subsiguiente y fue creciéndose a medida que la función avanza, con una evidente enajenación de la mujer subyugada por los diferentes frentes sociales, que son, al fin y al cabo, los que la llevan a tomar su última decisión. Así, se creció ante los dúos con Pollione y Adalgisa. Eléctrica en el trío del primer acto, canónica en su Mira, o Norma... Si fino all'ore estreme, totalmente convincente con In mia man.

A su lado, la Adalgisa de Clémentine Margaine fue sobresaliente, con una calidez y calidad vocal que están llamada a regalar grandes noches de ópera a lo largo de su carrera. Alguna nota fija y con un tercio superior que salió bien parado ante la exigente extensión del rol, su sacerdotisa ganó enteros en la efusividad de su comunicación y el terciopelo, densidad y homogeneidad de su timbre, que empasta a la perfección con el de Auyanet. Completando el trío amoroso, el Pollione de Michael Spyres fue cauto en agudos, con el paso algo ahogado y un tercio grave de impacto. El del romano es un papel complicadísimo, escrito para baritenor, con una de las páginas de salida más intrincadas que uno pueda imaginar. No obstante, el estadounidense salió siempre airoso del cometido, con un bello registro medio e intencionalidad en el fraseo, siempre ardoroso y encendido.

Tras la cancelación de su nombre en 2016 sin que el Real comunicase el cambio, Roberto Tagliavini, quien viene de cantar a los cuatro villanos de Contes en el Liceu, se mete, por fin, en la piel de Oroveso en el coliseo madrileño. Es, sin duda, uno de los cantantes fetiches del Teatro desde hace años y es entendible el porqué. Una vez más mostró unos medios privilegiados y, aún más importante, honestos. Construyó un padre noble y un guerrero contundente. No puede pedírsele más. Notable, muy bien cantado el Flavio de Fabián Lara y auténtico lujo el contar con Berna Perles como una extraordinaria Clotilde, acabando de protagonizar Fidelio y Manon Lescaut con gran éxito. Cosas veredes, también la Sutherland fue la Clotilde de la Callas...

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Fotos: Javier del Real.