Don Giovanni es y será una obra imposible de ponerle punto y final. Este personaje hecho mito, es inagotable; tanto o más como sus apetitos sexuales. Sus lecturas no tienen fin y siempre hay matices ocultos que salen a la luz. No resuelve dudas, sino que crea más. La última premisa es la libertad, la amoralidad en estado puro que le hace orbitar fuera del plano terrenal. En estos tiempos en que las circunstancias sanitarias obligan a restringir libertades y actos, Don Giovanni no podía encajar mejor para inaugurar la primera ópera escenificada en el Liceu después de la iniciada crisis de la Covid, justamente para poner en relevancia aquello del carpe diem.

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Christopher Maltman en el papel de Don Giovanni
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

La representación se inició con la noticia de que Leonor Bonilla y Josep-Ramon Olivé (Zerlina y Maseto, respectivamente) habían sido apartados de la producción por un posible contacto positivo de Covid. In extremis fueron substituidos por Sara Blanch y Toni Marsol esa misma tarde. Otra prueba de fuego más añadida a una ópera que ya contaba con amputaciones en la partitura para ceñirse a la normativa del toque de queda, con una orquesta reducida y un coro con limitaciones de movilidad escénica. Todo un “acto de resistencia cultural”, tal y como remarcó la dirección del Liceu.

La producción que firmaba Christof Loy planteaba una escenario sobrio, centrado en un palacio en ruinas, una triste estatua del Commendatore en las mismas condiciones y una muralla de tablones de madera con mil y una aperturas. La propuesta formal y escasa en líneas narrativas no acabó de satisfacer. A primera vista, no convenció por su carácter al uso, estático y vacío, pero una lectura más allá de lo estético plantea el mundo psíquico del protagonista, un viaje inmersivo a su interior en decadencia, espectral e incluso abandonado. Porque Don Giovanni se nos presenta como su él del futuro, un hombre acercándose a la senilidad, en horas bajas y con claras frustraciones por la añoranza de la juventud. Es su propio némesis. Johannes Leiacker, quien firma la escenografía, se mueve entre lo fantasmagórico y lo minimalista; enlazando así todas las escenas en un espacio multiusos, dando un uso especial al telón rojo del escenario para potenciar el pulso entre la vida y la muerte, presente desde el primer instante de la obra, haciendo un flashforward de la muerte de Don Giovanni.

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Veronique Gens como Donna Elvira
© A. Bofill | Gran Teatre del Liceu

El reparto estaba formado eminentemente por roles asentados en el plano mozartiano. El barítono Christopher Maltman dio vida a este Don Giovanni de vuelta de todo, ejecutando los pasajes más memorables de la partitura con una emisión holgada y rotunda. Su experiencia en estos roles demuestra un equilibrio perfecto entre flexibilidad e intensidad. El bajo-barítono Luca Pisaroni, quien daba vida al otro integrante del dúo aventurero, Leporello, fue el otro gran reclamo por su dominio del registro y también por la veteranía que le acompaña. La soprano Miah Persson fue la única que se estrenaba en su papel de Donna Anna, en la que defendió con tino el temperamento de su personaje con el atractivo de su voz y su firmeza. No destacó tanto como su compañera de reparto, la soprano Véronique Gens, quien encarnaba a una Donna Elvira de armas tomar, elegante en la voz (aunque con unos agudos algo forzados) y con un hacer y deshacer en la interpretación escénica que desmontó el mérito del resto. Otro en despuntar fue el tenor Ben Bliss en su papel de Don Ottavio, el cual desarrolló con agudos elegantes una actuación perfecta que el público aplaudió con entusiasmo. La soprano Sara Blanch y el barítono Toni Marsol, como Zerlina y Masetto, salieron del paso a medio gas en cuanto a soltura, por el claro supuesto de no haber podido prepararse para el reto. Pero alabadísimo su esfuerzo y ejecución, especialmente para Blanch quien abordó una carrera de fondo en la que salió airosa. El bajo Adam Palka hizo lo concluyente como Il Commendatore.

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Ben Bliss (Don Ottavio) y Miah Persson (Donna Anna)
© A. Bofill | Gran Teatre del Licue

La Orquesta del Gran Teatre del Liceu frente a la dirección de Josep Pons entonó con transparencia y precisión las líneas musicales de este dramma giocoso, alternando ritmos diferentes en los pasajes y se apuró en estrechar la sintonía entre reparto y foso orquestal. Más inestable fue la realización del segundo acto, en el que se encontraban diferentes focos dispersos que Pons debía capitanear al unísono (el clave ubicado en el palco, un coro disperso y el auxilio a Blanch y Marsol). Loable el esfuerzo consiguiendo un producto final heterogéneo en forma y ejecución.

Lamentablemente, horas después de la finalización de la obra, se anunció la suspensión de toda actividad cultural hasta mediados de noviembre, como nueva medida anunciada para intentar frenar esta siguiente oleada que viene. Este primer Don Giovanni del Liceu ha sido a la vez el último de su representación. Esperemos que no sea la última ópera del año.

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