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Bailar con la pandemia

Madrid. 18/07/2020. Teatro Real. Verdi: Un ballo in maschera. Michael Fabiano (Riccardo). Anna Pirozzi (Amelia). Artur Rucinski (Renato). Daniela Barcellona (Ulrica). Elena Sancho (Oscar). Tomeu Bibiloni (Silvano). Daniel Giulianini (Samuel). Goderdzi Janelidze (Tom). Jorge Rodríguez-Norton (Juez / Siervo) Coro Intermezzo. Orquesta Sinfónica de Madrid. Gianmaria Aliverta, dirección de escena. Nicola Luisotti, dirección de orquesta. 

De un tiempo a esta parte todos hemos asumido el imperativo: hay que aprender a bailar con la pandemia, a convivir con ella al tiempo que intentamos retomar una relativa normalidad en nuestras vidas, sin perder de vista el constante riesgo y la insoportable incertidumbre que acecha nuestras vidas. El pasado mes de julio el Teatro Real levantó el telón de manera ejemplar con unas funciones de La traviata que pasarán a la historia del coliseo como una apuesta sumamente decidida y necesaria por retomar la actividad lírica en nuestro país. Aquello -una versión en concierto, semiescenificada- supuso un esfuerzo denodado y admirable que tiene ahora su continuidad con estas funciones de Un ballo in maschera de Verdi, arranque propiamente dicho de la temporada 20/21, que a decir verdad nadie sabe decirnos hasta dónde llegará.

Por estilo, elegancia y firmeza, por la clase de su fraseo y la general consistencia de su encarnación, la Amelia de Anna Pirozzi fue lo más destacado del plantel vocal de esta velada. Tanto en 'Ecco l´orrido campo' como en 'Morro ma prima in grazia' hizo recordar a las grandes sopranos del pasado, con un canto arrojado pero cuajado de derroches técnicos, firme en toda la tesitura, capaz de regular su instrumento prácticamente a placer. Bravísima. A su lado, Michael Fabiano debutaba con la parte de Riccardo, un papel ideal a priori para su canto desenvuelto y arrojado. Tenor de voz amplia, bien proyectada y firme, las puntuales apreturas que vienen marcando su tránsito por la franja aguda no fueron óbice para que llevase a término una interpretación ciertamente convincente. 

A pesar de una constante tendencia a exhibir la rotundidad de sus medios, lo cierto es que el barítono polaco Artur Rucinski compuso un Renato sumanente sólido, quizá excesivamente rocoso, de una sola pieza, pero de indudable firmeza vocal. La primera Ulrica de Daniela Barcellona se saldó con fortuna, incidiendo en la senda verdiana que marca cada vez más su repertorio, tras la Amneris de Aida que pudimos escucharle también en el Real, en 2018. La soprano Elena Sancho debutaba, por fin, en el escenario del Teatro Real, recreando nuevamente el Oscar con el que ya brillase en el Liceu, en 2017. Y completando el elenco, intachable desempeño el de Tomeu Bibiloni (Silvano), Daniel Giulianini (Samuel), Goderdzi Janelidze (Tom) y Jorge Rodríguez-Norton (Un juez / Un sirviente de Amelia). Un reparto francamente convincente, en términos generales.

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Procedente del Teatro de La Fenice de Venecia, la producción firmada por Gianmaria Aliverta estaba destinada originalmente a representarse en el Maestranza de Sevilla, donde podrá verse el próximo mes de febrero, si nada lo impide. Ante la imposibilidad de llevar a cabo sus planes originales, con la producción que David Alden estrenó en el Metropolitan de Nueva York en 2012, el Teatro Real -con Joan Matabosch a la cabeza- recurrió también a esta propuesta de La Fenice, más práctica y viable -el cierre del coliseo neoyorquino impidió el traslado de la escenografía y figurines de la producción de Alden-.

Aunque cabe elogiar el esfuerzo que, doy por sentado, ha sido necesario para llevar a cabo la producción en cumplimiento de las normativas sanitarias y sus consiguientes protocolos -no hemos visto una solución de tránsito como en La Traviata, sino una producción con todas las de la ley-, lo cierto es que la propuesta de Aliverta no resulta demasiado original. No es este el primer Ballo in maschera que se acerca a la cuestión del racismo y a la situación de la población negra en los álbores de la historia de Estados Unidos, con referencia al Ku Klux Klan y con el añadido del vudú, sus cultos y prácticas.

Aliverta sitúa la acción en los años inmediatamente posteriores a la abolición de la esclavitud en el país norteamericano, pero ese mero traslado no basta para suscitar una reflexión de fondo sobre la cuestión del racismo que hoy nuevamente nos acecha (baste recordar el movimento 'Black Lives Matter'). Aunque como bien justifica Joan Matabosch en el programa de mano, Aliverta suministra un contexto a una ópera que había quedado huérfana de él a causa de la censura, lo cierto es que a la postre todo queda en mera anécdota y la producción no resulta, por decirlo de algún modo, demasiado afortunada en lo estético ni estimulante en lo actoral. Dicho lo cual, quitémonos el sombrero ante el esfuerzo realizado por todo el equipo escénico y todo el personal técnico del Teatro Real para poner en pie estas funciones.

Al frente de la dirección musical, más allá del aletargado preludio y de algunos tiempos un tanto morosos, lo cierto es que Nicola Luisotti acertó mimando el balance entre foso y escena, con una inspirada Sinfónica de Madrid. Buen desempeño de cuerdas y maderas, especialmente inspiradas esta vez. Una vez más las voces del coro titular del Teatro Real hicieron gala de firmeza y poderío.

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