«La traviata»: Verdi en la cuadrícula

Se estrena en el Teatro Real de Madrid ‘La traviata’, de Giuseppe Verdi, en versión semiescenificada. Emocionante poder volver a disfrutar de la ópera en directo

05 jul 2020 / 19:10 h - Actualizado: 05 jul 2020 / 19:25 h.
"Música","Ópera","Música - Aladar","Ocio durante el coronavirus"
  • Marina Rebeka y Michael Fabiano. / Javier del Real
    Marina Rebeka y Michael Fabiano. / Javier del Real

El calor en Madrid es intenso. Y el coronavirus sigue campando a sus anchas. La esperanza del calor como elemento destructor del virus se difumina. Los madrileños que pasean por la ciudad (ya no quedan extranjeros) lucen mascarillas de todo tipo y con todo tipo de motivos. En las tiendas y cafeterías se mantienen las medidas de seguridad; la limpieza de manos es casi un rito ante el que todos claudicamos un número de veces improbable al día. El mundo que conocemos está preparado para la defensa contra un virus que nos dijeron que era más bien tontorrón y que, sin embargo, ha puesto todo del revés. Nos defendemos con uñas y dientes.

La entrada al Teatro Real de Madrid es muy ordenada, da la sensación de total seguridad. Mascarillas, gel, alfombra desinfectante, cámaras térmicas. Todo parece normal para un tiempo tan extraño como el que vivimos. Sin embargo, es todo ilusión. Porque aquí no se busca una defensa a ultranza contra un ser microscópico; ni cada gesto se envuelve con un temor alambicado; porque en el Teatro Real se han puesto de frente y han decidido pelear con las armas que tantas veces han sacado de situaciones comprometidas al ser humano. Música y, por tanto, emociones de todo tipo; compromiso y, por tanto, todo tipo de acciones valientes y generosas; y respeto por lo que somos y, por tanto, la cultura como elemento de cohesión entre individuos que deben saber de dónde venimos y hacia dónde estamos avanzando sin remedio, que deben saber que existe una explicación a lo que está pasando y que la solución es cosa nuestra y no del clima.

Al sentarme en la butaca que me tenían reservada sentí una enorme alegría y unas inmensas ganas de llorar de pura emoción. No lo hice por el que dirán.

«La traviata» es una ópera de Giuseppe Verdi. Posiblemente, es la más popular de todas las que compuso. Verdi adaptó la novela y obra de teatro firmada por Alexandre Dumas hijo «La dama de las camelias». Es un trabajo en el que la madurez de Verdi como compositor envuelve desde la primera a la última nota. La armonía es exquisita y es difícil olvidar un libreto compensado, duro y lleno de sentido.

«La traviata»: Verdi en la cuadrícula
El escenario del Teatro Real de Madrid se ha cuadriculado para que los cantantes puedan actuar manteniendo siempre las distancias de seguridad. / Javier del Real

Esta vez nos entregaban una versión en concierto semiescenificada. El escenario se ha separado en cuadrículas por las que los cantantes se mueven sin correr riesgos al mantener la distancia adecuada respecto a sus compañeros. El coro se mantiene estático. Cada integrante en su cuadrícula. Y los músicos, en el foso más grande que permiten las instalaciones del Teatro Real, hacen su trabajo siguiendo lo que establece la norma. Todo queda algo artificial a priori. Sin embargo, Leo Castaldi -responsable del concepto escénico de la producción- ha logrado demostrar, con lo poco que tiene, que lo que sucede en el escenario va más allá de lo que puede ofrecer la propia partitura. Con muy pocos elementos logra que podamos imaginar qué sucede en el piso de Violetta o en el de Flora, por ejemplo.

Marina Rebeka encarna el papel de Violetta Valéry. Es un personaje que la soprano conoce perfectamente. Salvo en las zonas agudas más altas, Rebeka muestra un buen dominio técnico. En conjunto, logra salvar la papeleta con una nota bastante alta. La mayor de las ovaciones de la noche fue para ella. Sin embargo, Michael Fabiano (interpreta el papel de Alfredo Germont) se queda a mitad de camino y no logra nada que emocione o, sencillamente, guste más de cuenta. Muy discreto el tenor. Otra cosa es lo del barítono Artur Rucinski. Interpreta el papel de Giorgio Germont, padre de Alfredo. El polaco frasea bien. El final de «Di Provenza» fue lo mejor de lo que hizo al estirar la respiración hasta el extremo.

Tanto Marifé Nogales (Annina) como Sandra Ferrández (Flora Bervoix, sensual y divertida a pesar de lo poco que tiene a mano para desarrollar el arco dramático que le corresponde) están estupendas.

El coro, como siempre, bien aunque más flojo en el arranque. En el segundo acto mucho mejor.

Por su parte, el director musical, Nicola Luisotti, demostró conocer la partitura más que bien, saber arropar a los cantantes con mimo y matizar en los preludios anunciando todo lo que va a ocurrir a continuación. Siempre efusivo con la batuta. Pero, sobre todo, demostró que ama la música, ama esta ópera y se emociona cuando dirige.

Al abrir los ojos, el coronavirus seguía aquí. Pero, creo, que el público había cambiado.