Desafortunada novia de Lammermoor

Lucia di Lammermoor – FGO – foto de Chris Kakol

Gris sobre gris y gris sobre negro. Paleta baja, oscura, enjuta, austera, tétrica para la nueva Lucia di Lammermoor de Florida Grand Opera que aspira reflejar la sórdida moral e hipocresía reinante, tan vigente como endémica ayer, hoy y desafortunadamente, mañana. En su atemporalidad reside el mensaje de la puesta firmada por John Doyle y revivida por Elise Sandell. Lo mismo da que sea la desolada Escocia o el profundo Sur americano, el siglo XIX o el XXI. La rigidez e inmoralidad triunfan aplastando la sangre joven, en este caso, la desafortunada Lucia, virgen funesta que enloquece traicionada por el entorno de clanes ocupados en las luchas de poder. Sólo el oprimido coro – sirvientes, lacayos, cuervos, silentes – trata de hacerse eco pese a verse reducido a marchar como autómatas enlutados mientras cantan «De inmenso júbilo», una alegría obviamente desconocida en las tenebrosas comarcas de Lammermuir. De fuerte impronta teatral, la puesta refleja una tendencia de la administración de Susan Danis desde que asumió como directora general hace cinco temporadas, todo un statement, una puesta «negra» que con bella y sugerente tesitura visual se hermana con las previas El luto sienta a Electra, El cónsul, Antes que anochezca y La Pasajera.

Sin temor al tedio, un peligro que acecha pero que logra evitar, en su elegante estatismo adrede, la monocromática escena reclama por un balance de color en el renglón musical, donde el dibujo y exquisitez de la sabia paleta donizettiana plasme las tonalidades de la locura de la protagonista y su ámbito hostil. Colores que se echaron de menos en una orquesta competente bajo la dirección de Alexander Poliachniko que fuera de elemento pareció cambiar el belcanto romántico – estilo preciso e instantáneamente reconocible cultivado por contadísimos directores actuales – por arremetidas pasionales mas cercanas a Glinka o Borodin.

Malacostumbrados a las Lucias post-Callas, de contenida pero fuerte gama expresiva, que hicieron de la voz un arma dramática aniquilando de raíz las banalidades ornamentales del belcanto – recuérdese que a partir de la grecoamericana, Lucia emergió como una mujer hecha y derecha desde el vamos con obvios desvaríos mentales, en las veladuras aplicadas al instrumento su voz anunciaba el escalofrío último desde la Regnava inicial – el público encuentra en Anna Christy una heroína en las antípodas; es decir, un regreso a la soprano canario de preguerra, cercana a la soubrette – aunque corta de agudos que tendieron a tornarse ácidos – del modelo Lily Pons, Roberta Peters, Mado Robin y Mady Mesplé, sin las bienvenidas revisiones proporcionadas por lírico-ligeras de la talla de Sutherland, Sills, Gruberova, Dessay o Damrau. Provista de un vibrato rápido e insuficiente peso vocal, Christy puede ser Adele, Olympia o Zerbinetta, de estos chispeantes personajes a la trágica Lucia hay un abismo, y si convence es por su sinceridad escénica mas allá de una voz trémula que en muchas instancias no logró traspasar la barrera orquestal propulsada por el director ruso o delinear la belleza intrínseca de frases como Soffriva nel pianto, una de las pequeñas glorias del belcanto que el connoisseur aguarda ansioso. 

Si una Lucia sin Lucia es difícil de sostener, el renglón masculino fue lo mejor de la velada anotándose puntos a favor. Otra vez se insinuó la carencia de estilo hoy suplantado por la emisión vocal inobjetable pero genérica a la que el público actual se va acostumbrando. No obstante, hubo voces, especialmente Joshua Guerrero quien debe pulir aspectos estilísticos e histriónicos, pero es dueño de un material vocal privilegiado que devela gran potencial. Asimismo Trevor Scheunemann trazó un interesante Enrico, reservado y rico en carácter. El notable Raimondo de Kristopher Irmiter sirvió de único nexo entre la desventurada y los demás, en su inútil rebelión final reveló el personaje mas humano y querible de la ópera. Bien preparado el coro por Katherine Kozack tuvo significativo desempeño estrictamente confinado a los parámetros establecidos por la severidad de la puesta.

La funcional escenografía de Liz Ascroft, también responsable del vestuario en negros y ocres, consistió en gigantescos bastidores con tormentas pintadas que crearon espacios para agilizar el cambio de escenas, vale recordar que la ópera exhibió los cortes habituales, incluso la escena de Wolf del tercer acto. Colaboró la luz cenital y frontal de Jane Cox para enfatizar sombras agigantadas que terminaron de nublar la mente de esta desafortunada criatura al final, literalmente, bañada en sangre. Tanta, que si asustó a algún desprevenido asistente, le servirá como preparación para la próxima Salome, donde al decir de la Norma belliniana «Correrán torrentes!»…

información www.fgo.org