Crítica: «Bastarda II» del Teatro de la Moneda de Bruselas

Crítica: Bastarda la Moneda Bruselas Por Xavier Rivera

Bastarda II: Segunda parte del ambicioso espectáculo de La Monnaie

No es habitual para un comentarista asistir, con un intervalo de escasos días, a dos representaciones operísticas diferentes con un equipo artístico prácticamente idéntico. En cierto modo, esta circunstancia ayuda a relativizar nuestra apreciación de los artistas y a confirmar o corregir perspectivas interpretativas que pueden resultar francamente disímiles. El proyecto “Bastarda” del Teatro de La Monnaie confirma en su segunda parte sus cualidades, pero también evidencia las drásticas costuras necesarias para resumir en dos días las cuatro óperas originales de Donizetti: Elisabetta al castello di Kenilworth, Anna Bolena, Maria Stuarda y Roberto Devereux.

Una escena de "Bastarda II" / Foto: Bernd Uhlig
Una escena de «Bastarda II» / Foto: Bernd Uhlig

 

Y el costo artístico de tal ambiciosa operación. Dicen los franceses que “escoger es renunciar…” y este dicho se puede aplicar muy bien a la “Bastarda” bruselense. Aunque sería totalmente falso afirmar que el resultado sea un fiasco artístico, porque son muchísimas las cualidades de la propuesta, queda en evidencia que no se puede sustituir la dramaturgia musical de un compositor de la talla de Donizetti, cuya principal cualidad sea probablemente la habilidosa organización de las escenas y la inteligente dramatización musical de los libretos, por una compilación más parecida a un concierto con ropajes de época y movimientos escénicos. En la primera velada, la propuesta de final con el sexteto de “Maria Stuarda” que incluye el célebre duelo de sopranos, funcionaba admirablemente como apoteosis de la velada. Y aquí, el viaje al cadalso de la Stuarda, con un lentísimo movimiento del coro y una escalofriante preparación de la protagonista para su decapitación, crean la indispensable catarsis para concluir la primera parte del espectáculo. Toda la propuesta escénica de Olivier Fredj, con las bellísimas iluminaciones de Schönebaum y los oportunos vídeos de Derendiger, confirma de nuevo su irrebatible belleza plástica y contribuye a dar un notable empaque al espectáculo. Pero resulta bastante más difícil encontrar una secuencia dramático-musical a las escenas que relatan la vejez y la degeneración de Elisabetta. Se percibe muy bien su soledad en el poder, su voluntad férrea de preservar su vida íntima como mujer fuera de la esfera de las confabulaciones cortesanas y del riesgo que en la época suponían los partos y también los consortes regios con el inevitable riesgo de que tomasen el poder de facto. Aunque sucumbirá a las maquinaciones y acabará por condenar a muerte primero a su hermana Maria y después a su nuevo favorito Devereux. En el último instante, cambia de parecer y quiere perdonarlo, pero ya será tarde. Y Fredj hará desaparecer escénicamente a Elisabetta aprisionándola entre el entramado de su gigantesco miriñaque en un gesto tan sorprendente como significativo. Acto seguido la despojará del maquillaje y de sus oropeles para cantarnos “Ah se un giorno in queste ritorte”, un aria del final de Maria Stuarda rubricando uno de los momentos más sinceros y convincentes de toda su actuación. Crític

Una escena de "Bastarda II" / Foto: Bernd Uhlig
Una escena de «Bastarda II» / Foto: Bernd Uhlig

a: Bastarda la Moneda Bruselas

Los historiadores siguen hoy preguntándose si el apodo de “reina virgen” correspondía a realidad o a leyenda. Pero para el espectador de esta segunda parte de “Bastarda II”, la catarsis se va diluyendo pese a la belleza musical de muchos momentos y del atractivo de las diferentes arias o dúos sucesivos, que el compositor escribió teniendo en mente diferentes voces. Al confiarlas aquí a la misma artista, se le añade una dificultad nada desdeñable y de la que sale airosa pero tal vez no indiscutiblemente triunfante. Porque Mirtò Papatanasiu apuntaba ya en la primera parte una tendencia a escudarse detrás de una exhibición vocal pirotécnica en vez de comprometerse emotivamente en la profundización de su personaje. Y en este segundo día ha resultado bastante evidente este defecto, acrecentado por una cierta falta de forma vocal. Un problema inherente al mundo de la ópera, tan próximo al del deporte en este aspecto: la “performance” vocal está considerablemente condicionada por la salud y la forma física. Y ello incide en el resultado estético: son raros los artistas que consiguen poner la emoción en el primer plano también en los días difíciles. Tampoco se nota un trabajo detallado de la gestualidad de los cantantes porque resulta a la larga confusa y aleatoria: la atención del director de escena va más hacia las grandes líneas del magnificente espectáculo visual.  Crítica: Bastarda la Moneda Bruselas

Lenneke Ruiten, construyó una impresionante Maria Stuarda. Tal vez su canto fue menos rotundo que en la primera velada, pero mantiene una tensión y una dignidad teatral encomiables. Rafaella Lupinacci encarnaba esta vez únicamente a Sara, confirmando sus categóricas aptitudes vocales y una actuación excelente. Sergey Romanovsky encarna un luminoso Roberto Devereux. Si en la primera velada su personaje era casi irrelevante, aquí cobra el protagonismo que le corresponde en la historia y lo hace con un fraseo elegante, con ese gesto que sugiere una parábola rítmica y cuyo rubato es perfecto. Y con una voz elegante y aérea, muy italiana. Enea Scala sigue sin convencer vocalmente por la imprecisión del sonido, pero al ser su papel más reducido deja una huella menos negativa que en la primera noche. Eso sí, con sus recursos, asume su personaje con ardor. Pero la auténtica triunfadora de la velada fue Salome Jicia como Anna Bolena. En este caso sí que tuvimos finalmente la suerte de escucharla en el «Piangete voi” y fue suficiente para confirmarla como un talento vocal superlativo, con un canto lleno de emoción pero también de “bravura” y de arrojo en ese juego tan sugestivo de riesgo y contención. El coro y la orquesta cumplieron con su habitual profesionalismo, aunque Francesco Lancillotta dejó puntualmente cubrir las voces cuando cantaban lejos del proscenio. Pero el resto de su labor es notable. Entre los comprimari, destaca la prosopopeya actoral de Gavan Ring, también excelente cantante en la línea de tantos buenos tenores irlandeses. Desencanta en cambio el contratenor David Hansen como Smeton: el aria propuesta le viene como un ropaje de talla equivocada. Pero ambos son excelentes narradores y su intervención cohesiona un espectáculo que podría rozar la incoherencia. El resto de artistas cumple holgadamente.

Una escena de "Bastarda II" / Foto: Bernd Uhlig
Una escena de «Bastarda II» / Foto: Bernd Uhlig

Es frecuente que las óperas incluyan la actuación de niños. En Bélgica lo hacen bajo una estricta legislación para evitar cualquier abuso. Y por razones obvias, el teatro no da ninguna información biográfica sobre ellos. Pero se ha filtrado en la prensa belga que Nehir Hasret, la actriz que actúa como Elisabetta de niña y como alter ego durante toda la velada, cuenta con sólo doce años. Si doblara esa edad, hablaríamos de un talento superlativo, fuera de serie. Ya en la primera parte impactó en ese papel Hadley Dean Randerson, con quien alterna las representaciones. Pero Hasret tiene una personalidad tan desbordante que con su particular voz y su cuerpo menudo se apropia casi de toda la escena. ¡Impresionante!  Crítica: Bastarda la Moneda Bruselas


Bruselas (Teatro de la Moneda), 6 de abril de 2023

Dirección musical FRANCESCO LANZILLOTTA. Concepto, dirección escénica de OLIVIER FREDJ. Diálogos de YANN APPERRY, y OLIVIER FREDJ. Vestuario, PETRA REINHARDT. Iluminación, URS SCHÖNEBAUM. Coreografía, AVSHALOM POLLAK.

MYRTÒ PAPATANASIU, Elisabetta. SALOME JICIA, Anna Bolena. LUCA TITTOTO, Enrico. ENEA SCALA, Leicester. SERGEY ROMANOVSKY, Roberto Devereux. LENNEKE RUITEN, Maria Stuarda. RAFFAELLA LUPINACCI, Anna. DAVID HANSEN, Smeton/narrador. GAVAN RING, Cecil/narrador. BRUNO TADDIA, Nottingham. NEHIR HASRET, Elisabetta de niña.

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